CUENTO - LOS DELFINES SALTARINES.

 



LOS DELFINES SALTARINES.




Al Océano Pacífico, llegaron después de muchos kilómetros de travesía desde las costas de Alaska, una familia de delfines buscando aguas más cálidas.


Las luces del alba se adivinaban entre las nubes que cubrían el cielo, y avanzaban rápidamente dando paso a la claridad de la incipiente luz del Sol.


Cuando soplan los vientos Alisios empujan las nubes hacia el Oeste, con ellas llegan las lluvias, y con ellas, llegaron también los delfines.


Los pequeños jugueteaban con las gotas que empezaban a caer, saltaban y silbaban de alegría, la lluvia siempre los ponía contentos; su piel resplandecía bajo el mortecino sol de aquél invierno que terminaba.


La familia de delfines llegaban a esas aguas buscando alimento. Los corales y las plantas fabrican barreras donde los grandes depredadores no pueden llegar; sus aguas cerca de la costa son poco profundas y Mont y Verac, las mamás de los pequeños delfines los llevaban allí para su protección, y al mismo tiempo para enseñarles a defenderse y a buscar alimento.


Cerca de las islas Galápagos, los manglares protegen también a los grandes bancos de peces que buscan igualmente refugio para desovar sus huevos y ponerlos a salvo de tiburones y ballenas, un verdadero manjar para ellos y también para nuestros amiguitos, aunque ellos todavía no lo sabían.


Verac, vigilaba día y noche a sus traviesos hijos: Uni, el mayor era el más rebelde de los tres, esa rebeldía le llevaba a meterse en problemas; Noe, era muy parecido a su hermano, y además le gustaba investigar a los intrusos que se acercaban, no le tenía miedo a nada, y eso, preocupaba a su mamá que no le quitaba la vista de encima; el pequeño Enz, compensaba con su timidez y obediencia esa preocupación de Verac que aumentaba cada vez que salían a mar abierto donde era más difícil la vigilancia.


Mont, se había unido a Verac en la busqueda de un mejor lugar para proteger y enseñar a sus pequeños. Guill, el hijo mayor de Mont, era inteligente y divertido, y Carl la pequeña, se parecía mucho a su amiguito Uni al que siempre seguía en sus escapadas y juegos.


A Mont y a Verac les había gustado el lugar, las aguas no estaban tan frías como más al norte y el alimento de sus pequeños estaba garantizado, asi, que acordaron quedarse allí una temporada hasta que sus hijos aprendieran a comunicarse; les enseñarían los chasquidos y silbidos que hacen los delfines con la boca y los movimientos y palmadas de sus aletas, lenguaje que comparten con todos los de su especie en cualquier océano del mundo.


A través de sus juegos, les inculcarían todo lo que debían saber para cuando fueran adultos. A Guill, y a Uni, les estaban saliendo ciertas manchas en su piel que, demostraban, que pronto dejarían de ser benjamines; sus mamás sabían, tenían que aprender rápido.


Una tarde: Uni y Carl, habían descubierto en el agua algo que les llamó la atención y que nunca habían visto; eran unos seres extraños, con una boca grande, sonrosadas y transparentes, parecían unas coronas de luz y se encogían y estiraban para desplazarse por el agua; a Uni y a Carl, no les parecieron peligrosas y quisieron unirse a sus juegos, pero cuando se dieron cuenta, les habían rodeado, su contacto les producía unos picores en su piel y notaban sacudidas eléctricas que les dejaba atontados, querían salir del circulo, pero no podían; Enz, Noe, y Guill, avisaron a sus mamás que, con sus saltos y silbidos asustaron a las medusas y consiguieron que Uni y Carl pudieran escapar. Habían aprendido que, aunque vivieran en el agua como ellos, había especies marinas que podrían ser peligrosas por muy inofensivas que pareciesen.


Despues de aquél episodio, no se separaban de sus mamás, pero a los pocos días se habían olvidado del peligro.


Noe, en uno de sus saltos se dio cuenta que cerca de donde ellos jugaban, un remolino de pececillos azules giraban sin cesar, se hundían y volvían a subir a la superficie; no pudo resistir la tentación, comunicó, con los sonidos que ya habían aprendido a sus hermanos y amigos, y allí se fueron tras él: Enz, Uni, Guill, y Carl, pero en esta ocasión los que se asustaron y desaparecieron en las profundidades fueron los pececillos huyendo de sus enemigos.


Los cinco amiguitos delfines quedaron asombrados, ellos solo querían jugar, pero, mayor fue su sorpresa, cuando vieron a sus mamás partiendose de risa, esos pececillos azules no eran ningún peligro para los delfines, sino, parte de su alimento.


Mont y Verac, siguieron con sus lecciones, tenían que perfeccionar sus sonidos, les enseñaron la importancia de esos silbidos, a captarlos con su radar uníco en delfines y ballenas, que se pueden oír a mucha distancia y que podría ser una llamada de socorro.


Aquella tarde, les enseñaron a nadar entre los corales con la precaución de no rozarse con ellos, podrían hacerse heridas en su piel que serían muy graves; era parte de su aprendizaje, pero los pequeños disfrutaron de lo lindo. Vieron peces que no habían visto nunca, sus mamás les decián sus nombres – ese es el pez payaso – ¿os dáis cuenta que su cara parece la de un payaso? - por eso se le llama así, - ese otro con tantas patas – es el pez araña, - aquél con rayas negras – es el pez cebra, - y ese redondo que parece un globo - ¿cómo creéis que se llama? - enseguida Carl comentó – pez globo. - todos se morían de la risa.


Mamá, le dijo Noe a Verac, nos tienes que enseñar más cosas del fondo del mar es muy divertido. En ese momento, Carl vio correr algo que parecía una estrella y esconderse entre la arena, - qué era eso mamá, - ¿a tí que te parece Carl?, - pues una estrella. - naturalmente así se llama, estrella de mar, - entonces, dijo Enz – ¿no solo hay estrellas en el cielo? - claro, dijo Verac, pero las del cielo son diferentes, tienen luz propia, - si dijo Guill, son preciosas, ¿podemos mirarlas esta noche?. Eso, eso, gritaron todos, - de acuerdo, si nos prometéis que vaís a ser obedientes; - si, si lo prometemos.


Esa noche ninguno quería irse a dormir. Mont y Verac les enseñaron el nombre de las estrellas y a guiarse por ellas, eso también era muy importante para su seguridad. Siempre tenéis que tener en cuenta una estrella para que sepáis la situación en la que os encontráis, se llama Osa menor y es la principal estrella de un conjunto de ellas que tienen forma de carro, siempre mira hacia el Norte; así siempre la podreís buscar y os marcará el camino.


Hay millones y millones de estrellas que forman constelaciones con diferentes formas y nombres de animales; hay una muy especial para nosotros que lleva el nombre de Delfín, y se llama así por que la figura que forman es igual a la nuestra.


Ves Noe, le dijo Enz a su hermano, nosotros también estamos en el cielo y brillamos como ellas. - Pues claro, contestó su mamá, muchos animales están representados también en el cielo. - Guill y Carl, estaban muy atentos a las explicaciones de Verac y preguntaron a su mamá Mont si era cierto. - Claro contestó, - cada noche miraremos al cielo para ver las figuras que descubrimos. - Eso dijo Carl, así encontraremos a nuestro Delfín.


Aquella noche, quizás los pequeños delfines soñarían con todo lo que habían aprendido de sus mamás que sabían tantas cosas bonitas.


Cuando Mont y Verac quedaron solas comentaron: el día ha sido provechoso y además nos hemos divertido, nos quedaremos unas semanas más y después, seguiremos hacia el Sur.


Al día siguiente volvieron a hacer otra excursión, aunque esta vez más alejados de la costa, y en aguas más profundas. Era peligroso, pero sabían que tenían que hacer frente a ese reto, debían conocer a sus verdaderos enemigos, los tiburones.


Los cinco pequeños delfines habían perdido los miedos y eran cada vez más audaces, se arriesgaban persiguiendo todo lo que se les ponía por delante, ya fueran peces enormes, o pulpos, con los que se diverían cuando se enfadaban y soltaban aquel líquido negro y iban a esconderse entre las rocas, o la arena. Una de las veces en las que Noe se acercó demasiado, su piel quedó cubierta con la tinta de aquél calamar gigante y, saltaba y giraba en el agua, tratando de limpiarse; todos se reían, y su mamá le dijo: - eso te pasa por ser tan curioso, ya has aprendido para otra vez.


Ya habían aprendido a buscar alimento, y ahora eran ellos los que rodeaban a esos pececillos de los remolinos azules; al principio no querían comerselos, sobre todo a Enz le daba mucha pena, pero, cuando sus mamás les explicaron que en el mar la vida era así, que el pez grande se comía al pez chico, comprendieron que, si querían vivir tendrían que hacerlo y, cuando los probaron, aún con pena, reconocieron que estaban muy ricos. Se dieron un gran festín, y sus mamás estaban satisfechas, ya no tendrían que buscarles alimento, otra lección aprendida.


A Guill y a Uni les gustaba competir entre ellos a ver quién de los dos saltaba más alto, quién se sumergía a más profundidad, aguantaba más tiempo sin respirar bajo el agua, o quién nadaba a más velocidad.


Verac y Mont sabían lo que estaba ocurriendo, se hacían adultos, y aunque se lo esperaban, cada vez les costaba más su vigilancia, eran: Noe, Enz y Carl, los que más pendientes estaban de ellos, querían participar en su juegos, pero a ellos les faltaba todavía el entrenamiento preciso.


Uni y Guill en uno de esos saltos, comprobaron, que algo extraño había en el agua, una gran zona tenía un color grisáceo, casi oscuro, avanzaba planamente, parecía que no se movía, solo sus laterales se ondulaban pero no la molestaba que Uni y Guill saltaran a su alrededor para descubrír qué animal marino era y si era peligroso, aunque por la forma de nadar y de que no le molestara su presencia, no lo parecía.


Se estaban alejando de su zona de seguridad sin darse cuenta; aquella cosa se sumergió rápidamente, la siguieron silbando, dando saltos, palmeando con sus aletas, y vieron que con gran rápidez se escondía entre la arena del fondo y desaparecía por completo.


Se dieron cuenta, que se habían alejado demasiado; saltaban y saltaban, para ver si veían a sus mamas y hermanos, pero estaban solos, además no estaban seguros del lugar de dónde partieron, ni el tiempo transcurrido. Se pusieron nerviosos. - ¿qué harían?, - ¿cómo regresarían?, - Guill le dijo a Uni, vamos a tranquilizarnos y a orientarnos como nos enseñaron nuestras mamás, - el Sol está alto, pero su posición y su altura han cambiado, hemos debido venir en línea recta persiguiendo a esa cosa, - si, dijo Uni, yo creo qué hará unos veinte minutos o media hora, lo mejor que podemos hacer es tratar de comunicarnos con los sonidos de nuestro radar y cuando los escuchen, nos dirán que hacer.


Sus silbidos de ayuda llegarían por las ondas transmitidos por el agua y Uni y Guill, daban palmadas con sus aletas pensando que había pasado el peligro, y que sus mamás y sus hermanos les encontrarían; pero su alegría duró poco: frente a ellos y, a pocos metros, el pez más grande que habían visto nunca; ahora, si que estaban perdidos sus mamás no llegarían a tiempo. Uni le dijo a Guill, creo que es un tiburón, sabes que le gusta nadar en circulos y son muy rápidos, - si dijo Guill, lo que haremos es separarnos para que no nos pueda atacar a la vez, y saltar lo más posible para cansarlo y llevarlo en línea recta hacia un lugar poco profundo, es lo que aprendimos, y así, damos tiempo a que nos encuentren.


Venga Uni, vamos - “a por él”, - no podrá con nosotros, - somos los que más saltamos, de algo nos han servido nuestros juegos. - “Vamos”.


Los dos amiguitos, consiguieron cansar a aquél tiburón de al menos diez metros de largo y desapareció en el agua tan ápidamente como había aparecido. Se sentían orgullosos, habían vencido nada menos que a un tiburón blanco, su principal enemigo. Siguieron nadando en la dirección correcta y al poco, se encontraron con sus mamás, hermanos y amigos; todos locos de alegría se daban palmadas con sus aletas, y rozaban sus picos en señal de cariño.


Cuando contaron como habían cansado y vencido a aquel tiburón blanco, Mont y Verac se mirarón asombradas, aunque sus hijos parecía que no las escuchaban, les habían demostrado, que sí, además de su valor e intelegencia al haberse enfrentado y vencido a su enemigo; sonrieron satisfechas y se abrazaron, su lección más importante había servido para salvar a sus hijos de un gran peligro.


Siguieron allí unos días más haciendo excursiones por el día, y por la noche contemplando las estrellas buscando a su Constelación Delfín.


Al día siguiente comunicaron a los pequeños que emprenderían viaje para conocer otros lugares y conocer países nuevos, cada sitio tiene sus peligros pero también sus satisfacciones.


Nadaron rumbo al Sur del Océano Pacífico, siguieron las costas de: Colombia, Ecuador, Bolivia; descansaban para buscar alimento, y se quedaban unos días en zonas donde encontraban a otras familias de delfines, o a sus amigas las ballenas con las que compartían juegos.


A Enz y a Carl, les sorprendía que las ballenas soltaran chorros de agua a presión por un orificio que tienen en lo alto de su cabeza. Mont y Verac les explicaron, que aprovechaban el agua que necesitaban y lo que les sobraba lo expulsaban por ese orificio. - Que tontas, comentó Noe, que la almacenen, y así, tendrán menos trabajo. - Verac sonreía ante la ocurrencia de Noe, era muy inteligente y siempre buscaba el porqué de las cosas.


Siguieron cerca de la costa de Chile acompañados por otras familias de delfines; los pequeños estaban encantados, ahora si que podían jugar con otros amigos y Uni y Guill competir con delfines incluso mayores que ellos.


Las mamás se habían comprometido a rodear el Cabo de Hornos y la llamada Tierra de Fuego para salir al Océano Atlántico. Sabían que este viaje sería mucho más peligroso no solo por los depredadores de sus aguas, sino por las tormentas, galernas, y fuertes corrientes propias de aquellas latitudes, pero sus hijos debían aprender también eso, y hacerles frente si querían conocer todos los océanos que rodean nuestro Planeta Tierra donde el agua es su principal elemento.


Los cinco delfines celebraban con sus saltos y silbidos la decisión de sus mamás de llegar a Tierra de Fuego, el final del mundo, era maravilloso. Conocerían el Atlántico, recorrerían con sus saltos las costas de otros países, y harían más amigos con los que jugar y comunicarse. Mont y Verac se contagiaron de la alegría de sus hijos, por aquella nueva aventura.


Uni, Noe, Enz, Guill, y Carl, abrazaron a sus mamás por todas las cosas maravillosas que les habían enseñado y mostrado en aquel viaje.


En aquellos largos meses que pasaron en las aguas del Pacífico, Guill y Uni se habían hecho adultos, pero lo que más felices les hacía era, el cariño de sus mamás y el poder compartilo, como una gran familia.



Comentarios

Entradas más leídas

EL METAVERSO VIRTUAL

LA AVISPITA REINA