BEATRICHE

 



BEATRICHE




Beatriche, es una niña de pelo rojizo, de piel pálida, unas pequeñas e imperceptibles pecas adornando sus pómulos y unos grandes ojos de pupilas del color de la miel, que penetran con su luz en todo aquello que ven haciendo que resplandezca, lo mismo los objetos en los que pone su mirada, como en las personas que se aproximan a ella.


La magia inunda su mente y su corazón, dotándolos, de una inusual percepción de donde habita el bien y donde el mal; es una cualidad importantísima, pero también de sufrimiento si se percibe en las personas alguna de las aptitudes contrarias a lo que es, un buen comportamiento.


Vive con sus padres en una casa antigua herencia de sus abuelos, en un pueblo ubicado en un valle entre montañas llamado, “Valle del Sol”; debe su nombre a que la luz del astro rey lo ilumina todo el día, es, como si ese trozo de tierra absorbiera sus rayos y los transformara en luz permanente durante horas y horas, haciendo que todo fructifique en abundancia: sus frutales, sus huertas, su valle; el agua que baja de las montañas también contribuye infiltrándose en la tierra y haciendo de Valle del Sol, el pueblo, más verde del mundo.


Sus vecinos, muchos de ellos tan longevos que parecieran haber nacido cuando el mismo pueblo hace quizá cientos de años, con una vitalidad que no parece acabarse a pesar de su edad y una luz en sus pupilas que transmiten igual que las de Beatriche; no puede negar que, procede de ese valle, y de esos ancestros, sus abuelos.


La niña se parece bastante a su padre, un hombre todavía joven, de músculos fuertes y franca sonrisa, y de pelo color zanahoria muy parecido al de su hija Beatriche; sin embargo, los ojos, parecía haberlos heredado de su bisabuela por parte paterna, y su tez pálida y su amplia sonrisa de su madre, aunque las pecas que adornan su rostro, también son herencia de su padre, lo que provoca ese conjunto armonioso en su cara y, llama la atención a todo aquél que la conoce por primera vez.


Su madre, es la maestra del pueblo, llegó allí hace siete años, enseguida se ganó a los vecinos por su simpatía, y naturalmente, al joven Manuel que se enamoró de ella nada más encontrársela una tarde por la plaza, donde está situada la escuela; a Beatriz, que así se llama la maestra, tan poco le pasó desapercibido, se fijó, primeramente, en su pelo anaranjado, en su sonrisa y en su timidez cuando bajó la cabeza cediéndola el paso; desde entonces, surgió el amor entre ellos y de ese amor nació Beatriche; decidieron llamarla así, para que no hubiera confusión al nombrarlas.


Una tarde llegó al pueblo: un hombre alto, fornido y muy bien vestido, en un lujoso y potente coche, que paró en la plaza con un seco frenazo, asustando a todos los que por allí pasaban; desde luego no pasó inadvertido, las personas que estaban en las tiendas e incluso la maestra y algunos niños, salieron para ver qué pasaba y, quedaron asombrados cuando vieron ese coche de color rojo, grande y brillante delante de la puerta del pequeño banco que había, en Valle del Sol.



Beatriz no pudo contener a los niños que salieron corriendo para ver el espectacular coche que ninguno de ellos había visto nunca; cuando los niños se acercaron a tocar el coche, su dueño salió del banco y con muy malas maneras les dijo: “quitar vuestras manos de mi coche, lo vais a ensuciar”. -


Los niños se asustaron. - Vamos dentro niños, dijo la maestra, hay personas con muy poca educación y, miró a aquel hombre, preguntándose, qué habría ido a hacer allí.


Después de la escuela, cuando volvían a casa Beatriche le dijo a su mamá, ¿quién es ese hombre mamá?. - No lo sé hija, pero ha sido un mal educado, no puedo entender, cómo puede haber personas así en el mundo solo porque tienen dinero, al menos, eso aparenta. -


Mamá yo no le había visto nunca en el pueblo. - Ni yo tampoco hija, aunque puede ser algún hijo de aquí que se marchara hace años y habrá venido a arreglar algún asunto; bueno vamos a casa, qué papá seguro nos estará esperando.


Manuel, el papá de Beatriche, era el carpintero del pueblo, trabajaba en el aserradero propiedad de su familia, siempre había ayudado a su padre y era su vocación desde muy joven, estudió en la capital, pero su pasión era arreglar y construir muebles y volvió a Valle del Sol, no podía imaginar su vida lejos de aquellas montañas, de aquel valle y aquel río de aguas cristalinas cerca del aserradero, donde antiguamente llegaban los troncos que lanzaban desde las montañas después de ser cortados cuando el abuelo de Manuel era su dueño; le venía de familia esa tradición desde sus antepasados y de la que se sentía muy orgulloso.


Al llegar a casa, Beatriche contó a su papá con todo detalle la visita del desconocido y sus malos modos cuando vio a los niños tocar su coche.


No debes hacer caso nunca a esas personas con tan mala educación, es mejor pasar de ellas. - Eso mismo me ha dicho mamá, pero a mí me ha dado mucha rabia que tratara así a mis amigos, ninguno habíamos visto un coche tan grande y de color rojo tan brillante y nos acercamos para comprobar, que era de verdad.


¡Papá que mesa tan bonita has puesto!. Me encanta y mi comida favorita, macarrones con tomate. -


Sí, y un filete de pollo a la plancha y zumo de naranja, así mamá puede descansar un ratito, he podido salir antes y he pensado que os haría ilusión, si queréis después de comer podemos ir a tomar un helado a la heladería de mi primo Pablo, si le parece bien a mamá. -


Por supuesto cariño, ha sido un detalle muy bonito por tu parte, la mesa está perfecta y seguro que la comida también, eres un marido adorable. -


Vosotras si que sois adorables, la vida entera para mi. -


Sabes papá, solo falta un detalle que se te ha olvidado, los ojos de Beatriche, fijaron la vista en el centro de la mesa y, apareció una jarrita blanca con margaritas amarillas. -


Manuel y Beatriz se miraron y la niña bajó sus ojos pensando le caería una reprimenda, sabía que sus padres no querían hiciera ningún tipo de magia; cuando era muy niña se dieron cuenta de esa facultad de la pequeña y prefirieron llevarlo en secreto, ni siquiera se lo habían contado a sus abuelos. -


Su papá le dijo: ya sabes que te hemos explicado por qué no queremos que hagas esas cosas, te pondría en peligro si la gente se enterara, eres una niña especial, pero lo que tu madre y yo queremos, es que seas siempre feliz, comprendes -


Lo siento papá, pero no he podido evitarlo, ¿no está así más bonita?. -


Desde luego cariño, le dijo su madre, mucho más bonita y la besó en la frente, comamos que se enfriará y el trabajo de papá, no habrá sido perfecto. (Los tres rieron felices).


Beatriche no entendía por qué sus papas no querían que hiciese magia, no hacía daño a nadie y a ella le gustaba mover de sitio las cosas, cambiar los objetos de lugar, le parecía que así era diferente, pero cuando lo hacía, tenía que tener cuidado de volverlos a poner otra vez en su sitio, para que su mamá no la descubriera, sabía la reñiría.


Sólo había un lugar donde Beatriche se sentía verdaderamente feliz; era en casa de la tía Eulalia, una anciana de la que nadie conocía su edad y de la que decían que era tan vieja como el mismo pueblo, por lo que todos la respetaban y la querían.


Vivía en una casita en la ladera de una de las montañas, en uno de los recobecos del río, muy cerca del aserradero donde trabajaba su papá, por lo qué, cuando Beatriche bajaba con su padre, dividía su tiempo; le gustaba jugar con los trozos de madera que le sobraban de hacer los muebles, ella los empleaba en hacer sus construcciones, sus castillos encantados, donde, con su imaginación, luchaba con los dragones malignos que asustaban a los niños y vecinos del pueblo; después, pedía permiso a su papá para ir a la casita de la tía Eulalia.


Era preciosa: con sus paredes blancas como la nieve y sus ventanas pintadas en azul cielo; delante de la casa, una pequeña huerta donde cultivaba toda clase de hortalizas y rodeada de rosales trepadores, de color blanco, amarillo y rojo, y en la parte posterior, un pequeño gallinero con una parte soterrada para que las gallinas se pudieran resguardar de la lluvia y durmieran sin temor al frío, y a las que Beatriche echaba de comer trigo y maíz, con los que las alimentaba la tía Eulalia.


La viejecita y la niña se tenían verdadero cariño, y sobre todo, se comprendían solo con mirarse, compartían el color miel de sus ojos y su principal herencia, la magia. La tía Eulalia, era una hábil tejedora: sus butacas, sus hamacas, los tapetes de las mesas, la colcha de su cama, todo tejido en ganchillo, verdaderas obras de arte, que tanto gustaban a Beatriche y que la tía Eulalia le enseñaba a tejer; las dos disfrutaban cuando lo hacían, jugaban como si fueran niñas con su magia, la labor les proporcionaba este juego.


Encima de una cómoda, en diferentes cestas, ovillos de lana y algodón, también de diferentes colores: blanco, amarillo, rojo, azul, verde…, cada uno en su cesta correspondiente; cuando tejían, al tirar del hilo de los ovillos, estos salían de los cestos, flotando por la habitación, chocándose unos con otros y entrelazándose, formando cordones de diferentes colores, haciendo las delicias de la viejecita y la niña que no podían parar de reír al ver, como volvían locos a los ovillos, danzando de uno a otro lado sin poder parar, como si de un vals se tratara; cuando tía Eulalia y Beatriche se cansaban de este juego, hacían que todos volvieran a sus cestas, como si nada hubiera pasado; era un juego inocente que las divertía y de esa manera practicaban, sin que las vieran, ya que nadie conocía su secreto.


Un día, cuando su mamá y ella volvían de la escuela, vieron en la plaza un grupo de gente hablando entre ellos y muy enfadados; se acercaron para ver qué pasaba y vieron que también estaba su papá, Beatriz le llamó y le preguntó; le contó, que el misterioso hombre del coche rojo había venido a Valle del Sol, porque quería hacer allí un gran parque de atracciones y en la montaña un casino y un hotel; la gente que se iba enterando se estaba congregando en la plaza y todos estaban en desacuerdo con ese proyecto, decían que acabaría con la tranquilidad del pueblo y qué podía llegar gente de no muy buena reputación, el juego, siempre atrae a esa clase de personas, además Manuel les dijo que afectaría a la casa de la tía Eulalia y seguramente al aserradero; el grupo estaba pidiendo a Manuel que los representara ante el alcalde, para que hiciera valer los derechos de todos los vecinos; el accedió con la condición que, cuatro de ellos le acompañaran al ayuntamiento para exponer sus quejas al propósito de ese proyecto.


El alcalde recibió a Manuel y a sus acompañantes, le expusieron la oposición de los vecinos, explicándole lo que según ellos representaría que se llevase a cabo en esa zona o en cualquier otra de sus maravillosos prados; además, habría que horadar parte de la montaña para construir el casino y el hotel, derribar la casa de la tía Eulalia y cambiar el curso del río, para montar allí el parque de atracciones con gran perjuicio para todo el pueblo, el medio ambiente cambiaría, el ruido que generarían las atracciones y, las luces parpadeando e iluminando el valle, haría, que las aves que anidaban en los arboles, se marcharan, incluso las águilas y otras rapaces buscarían otros lugares, ya no podría llamarse Valle del Sol, el pueblo del que todos se sentían orgullosos.


El alcalde les pidió que recapacitaran, sería un gran reclamo para el pueblo: más turismo, más empresas, más dinero; por la tía Eulalia no había que preocuparse, era una persona muy mayor y debería estar atendida en una residencia, su vida sería más fácil y más agradable, y, si a tí Manuel te preocupa el aserradero, don Leocadio me ha dicho te diga que, llegaríais a un acuerdo de dinero, como en el caso de la tía Eulalia, o en cualquier otro caso que se sintiera perjudicado.


Pensadlo bien, serían beneficios económicos para todos; de todas formas, tendremos una asamblea en el ayuntamiento donde don Leocadio informará a los vecinos del proyecto y sus repercusiones económicas, la haremos en la sala donde ponemos las exposiciones, han traído una gran maqueta, para que todo el pueblo pueda ver cómo quedará.


Manuel y sus vecinos no estaban de acuerdo con la explicación del alcalde, pero esperarían a la asamblea para ver lo que pensaba la gente, ellos no podían hablar en nombre de todos; salieron del ayuntamiento más preocupados de lo que habían entrado.


Manuel quedó con sus amigos que explicarían a la gente los perjuicios que acarrearía de llevarse a cabo el proyecto como le habían comunicado al alcalde; sobre todo que, desaparecería la casita de la tía Eulalia a la que todos tenían tanto cariño y, si la llevaban a una residencia, si la apartaban de su huerta, de su jardín, y de su casa, de esa libertad a la que estaba tan acostumbrada y de sus paseos por la montaña, sería su muerte; en los muchos años de su larga vida, nadie la había visto nunca enferma, su salud era de hierro y todo el pueblo se asombraba de ello; ¿y querían meterla en una residencia?, no, no lo podían permitir, ni por todo el oro del mundo, era un referente de Valle del Sol, uno de sus habitantes más longevos que, junto, con sus valles y sus montañas, no podían perderse; había que luchar y estaban decididos, hasta las últimas consecuencias.


El padre de Beatriche pensó que, debían decirle lo que pasaba antes de que se enterara por otros medios; acompañado de los cuatro vecinos del pueblo se personaron en casa de la tía Eulalia para explicarle lo que este personaje pretendía, comprarle la casa y que fuera atendida en una residencia, basándose en que era mayor, estaba sola y necesitaba cuidados.


Cuando llegaron a la casa, llamaron a la puerta; la tía Eulalia, al ver a sus vecinos, preguntó si sucedía algo, no era muy normal, que Manuel, Santiago y los hermanos Domingo y Pepe, pasaran por su casa a esas horas; cuando le contaron el problema, la tía Eulalia no salía de su asombro, nunca se imaginaba que alguien quisiera comprarle la casa y mucho menos, una persona a la que no conocía, y no comprendía, como pensó en su casa y como pretendía hacer allí un parque de atracciones, era un pueblo pequeño y tranquilo, situado en un valle, poco conocido y poco transitado; por lo que se preguntaba como aquel hombre había pensado en Valle del Sol para su proyecto.


Cuando sus vecinos se marcharon, salió de la casa camino de su montaña, era tarde, pero ella se conocía de memoria esos parajes, subió hasta una roca, donde se paraba a descansar y a contemplar las maravillosas vistas de Valle del Sol, que desde allí arriba se veían; todas las tardes, como en una rutina, canturreaba cánticos antiguos, sentada en esa misma piedra, pero aquella noche, su tristeza se lo impedía, solo miraba, las luces de las casas, la gran luna asomar entre las montañas, y el vuelo de las águilas con sus alas extendidas, como sombras, cruzando el valle.


La tía Eulalia se comunicaba con las aves con muchas de esas canciones y su pensamiento, por lo que no pudo evitar que, la pareja de águilas que sobrevolaban la montaña, oyeran su lamento, se posaron cerca de sus pies, y comprendieron el motivo de su tristeza, la acompañaron en el camino de vuelta, volando en círculos, hasta llegar a la casa.


Al día siguiente habían llegado al pueblo varios camiones cargados de materiales de construcción, varias cuadrillas de hombres y una gran excavadora dispuestos a cumplir las ordenes de aquel hombre de levita negra y sombrero que, más pareciera un pájaro de mal agüero.


Las cuadrillas de trabajadores, se iban repartiendo por todo el pueblo y la gente se arremolinó en la plaza; todavía no se había celebrado la asamblea que les había prometido el alcalde y sin que el pueblo, hubiese votado, había dado su consentimiento para que las obras empezaran; la excavadora empezó a circular, seguida de uno de los camiones llevando trabajadores, la gente empezó a comentar que iban a derribar la casita de la tía Eulalia, pronto se corrió la voz por el pueblo y llegó a oídos de Manuel y de Beatriz, salieron de su casa y se fueron uniendo a todos los vecinos que en tropel, se agolpaban detrás de la máquina y los hombres que la manejaban, para ver sus intenciones, aunque todos imaginaban cuales eran.


Llegaron al puente que cruza el río, y la máquina a punto estuvo de caer porque la anchura del puente, era casi la de la excavadora, consiguió cruzar, pero cada vez era más la gente que la seguía; cuando por fin llegaron a la falda de la montaña, donde estaba la blanca casita de ventanas azules y su jardín, con sus rosales siempre en flor, se dieron cuenta, que estaba rodeada de toda clase de pájaros, cientos de ellos, posados en su tejado, en sus rosales, en todos los árboles de la montaña, y en la chimenea dos imponentes águilas reales, en aptitud nada amigable, con sus alas extendidas a punto de atacar.


La tía Eulalia estaba en la cancela de su jardín cruzada de brazos y con cara de pocos amigos, la gente fue situándose a su lado, Manuel, Beatriche y su mamá cerca de ella dándole ánimos; de pronto, se oyó el motor de un coche que llegó hasta la misma puerta y de él bajaron dos guardaespaldas y el dueño del coche rojo, con muy malos modales; al ver toda la gente allí congregada, bajo un poco los humos, pero su actitud seguía siendo prepotente; se dirigió a la tía Eulalia y la dijo: aquí traigo el contrato de la compra de su casa, está todo en regla y, por el doble del precio que acordé con el alcalde. -


La tía Eulalia le contestó: mi casa no está en venta. -


Su casa está construida en la montaña y no es terreno suyo, sino del pueblo. -


Esta casa es de mis antepasados y la construyeron mucho antes de que existiera Valle del Sol, por lo tanto, me pertenece y, ni el alcalde, ni nadie, puede decidir por mi y, ya le digo, que no está en venta, así que, váyase por donde ha venido. -


Tomaré otras medidas y la casa será derribada, el alcalde ha dado luz verde a mi proyecto y no me van a parar. -


Eso ya lo veremos dijo Manuel y todos le aplaudieron, tendrá que enfrentarse a todo un pueblo. -


Usted no sabe de lo que soy capaz, subió a su automóvil y salió disparado.


Aquella noche, la tía Eulalia no podía dormir, aunque sabía que sus vecinos no la dejarían sola y la protegerían no sabía hasta que punto podrían hacerlo, el poder de ese hombre era grande, convenció al alcalde de que le cediera los terrenos, a cambio según él, del progreso del pueblo, con más turismo, más empresas, más dinero para las arcas públicas; eso le interesaba, le convertiría en un hombre importante en la comunidad, un hombre de prestigio y podría escalar puestos en la política.


Las aves marcharon de custodiar la casita blanca, la tía Eulalia, las vio echar a volar y sintió un poco de pena, pensó que la abandonaban, pero era lógico debían seguir su camino.


A la mañana siguiente cuando la gente se levantó para ir a trabajar a sus tareas cotidianas y salieron a la calle, se encontraron el pueblo, rodeado de miles de pájaros, los tejados de las casas, de la iglesia, los árboles del parque, el ayuntamiento y sobre todo en el hotel, donde se hospedaba el hombre que, quería cambiar las vidas de la gente de Valle del Sol.


Cuando las cuadrillas de los trabajadores que había llevado don Leocadio empezaron a caminar con los camiones detrás, se vieron rodeados por la gran cantidad de aves allí congregadas, sus cantos, el ulular, los graznidos, y los chillidos de las águilas, que parecía ser quién les mandaba, se oían en todo el valle, haciendo eco con las montañas, en un alarde de fuerza, demostrando que, atacarían ante cualquier movimiento de querer destruir, no solo la casita de la viejecita más querida del pueblo, sino cualquier otra propiedad de su gente.


Al salir don Leocadio del hotel y oír y ver todos aquellos pájaros en actitud provocadora, sintió verdadero pavor, ¿de dónde habría salido tal cantidad de pájaros?, ¿como era posible, que unas simples aves hicieran fracasar su proyecto?, y lo más preocupante, parecía cosa de magia, ¿quién los dirigía?, las águilas parecían llevar la voz cantante, pero ¿cómo comprendían lo que pasaba, quién se lo explicaba?, la tía Eulalia ¿era una bruja?, no había otra explicación; no podía ser, el nunca creyó en esas cosas, aunque aquello no era normal, tendría que buscar otro lugar para su proyecto, existían muchos otros pequeños pueblos a los que poder dominar y comprar, Valle del Sol no era el único.


Fue hacia su coche y se dio cuenta, que las dos grandes águilas estaban posadas en el capó con sus alas extendidas, sus cuellos estirados y sus picos dispuestos a atacar; los guardaespaldas y don Leocadio no se atrevían a subir al coche. De pronto las águilas empezaron a volar en círculos sobre sus cabezas apartándoles del coche y obligandoles a caminar y a salir del pueblo, todas las demás aves, hicieron lo mismo con los trabajadores, que no tuvieron más remedio que montar en los camiones y marcharse; don Leocadio y sus guardaespaldas, subieron a uno de esos camiones, dejando allí el coche rojo.


El alcalde no salía de su asombro, que pasaría ahora, todos los vecinos estaban enterados que les había vendido, que era más importante para él, escalar puestos políticos que pensó sucedería cuando Valle del Sol se hiciera famoso por su casino y su parque de atracciones, pero, como saldría de aquél atolladero; estaba en la escalinata del ayuntamiento, cuando vio que toda la gente se dirigía hacia el en silencio, pero en sus caras se reflejaba el enfado por su traición, siempre hasta ese momento, le habían respetado.


Manuel habló en nombre de todos: señor alcalde, todos estamos de acuerdo en que ya no nos representa, nos prometió que se decidiría por votación como siempre se ha hecho, el proyecto, que el pueblo en su derecho ha rechazado, era una aberración sin sentido, se destruiría parte de su paisaje, el ruido, la contaminación lumínica y ambiental, además de otros factores, harían que las aves buscasen otros lugares, y hoy nos han demostrado, lo importantes que son para nosotros, nos han defendido y evitado que la tía Eulalia saliera de su casa y, que su vida y la de todos, estén a salvo, por lo tanto, le pedimos convoque elecciones para que salga elegido un nuevo alcalde que sea digno del cargo que ha de representar. -


Tiene razón Manuel, dijo Domingo, elecciones cuanto antes. - Eso, eso, gritaron todos. -


De acuerdo, de acuerdo, tenéis razón, estaba equivocado, me cegó la codicia, nuestro pueblo no puede dejar de ser un referente en toda la comarca, por lo tanto convocaré elecciones mañana mismo y, propongo desde este momento, que Manuel sea el nuevo alcalde, aunque estará abierta la convocatoria, a todo aquél que se presente, la legalidad es también uno de nuestros lemas.


El alcalde cumplió su palabra y en los términos que marca la ley se convocaron elecciones, que naturalmente ganó Manuel, todos estaban de acuerdo, había defendido Valle del Sol y a sus habitantes de un proyecto que, hubiera dañado todo el eco sistema de aquellas montañas y de sus alrededores.


Se celebró una gran fiesta, todos se congregaron en la plaza delante del ayuntamiento para vitorear a Manuel; su mujer Beatriz y su hija Beatriche estaban tan orgullosas que no paraban de reír, la tía Eulalia las acompañaba y no cabía en sí de alegría, rodeaba con sus brazos a su querida niña Beatriche con la que pasaba mágicos momentos; las águilas y todas las aves del valle, se habían dado cita también para la celebración, empezaron a revolotear por encima de las gentes con el cántico melodioso de sus gargantas y todos las miraban extasiados; de pronto, una de las águilas, agarró con su gran pico el lazo del delantal de tía Eulalia, elevándola por los aires y lo mismo hizo el otra águila, con Beatriche, sujetándola con gran cuidado por el lazo de su vestido y, elevándola también, en un acompasado baile.


Lejos de estar asustadas, las dos reían y cantaban la antigua canción de Valle del Sol que tía Eulalia había enseñado a Beatriche y que solo los más longevos del lugar conocían y acompañaron tarareándola; cuando terminaron de cantar las águilas depositaron con sumo cuidado a Beatriche y a la tía Eulalia en el suelo, y sin dejar de cantar, se fueron alejando a sus montañas.


La fiesta se prolongó durante un buen rato hasta que la gente se fue despidiendo y marchándose a sus casas; los padres de Beatriche, acompañaron a su casa a la tía Eulalia y vieron con asombro que, las dos grandes águilas, estaban posadas en la blanca chimenea, demostrando que siempre la protegerían; Manuel, Beatriz y su hija, las saludaron con la mano, besaron a la tía Eulalia con cariño y, marcharon tranquilos, sabían que nunca la faltarían cuidados, el pueblo entero le había demostrado que no la dejarían sola.


La plaza de Valle del Sol estaba vacía, todo el mundo regresó a sus casas, solo un mudo testigo de lo que allí había pasado, un reluciente y brillante coche rojo.


A la mañana siguiente la gente volvía a su vida rutinaria, a sus trabajos, a sus quehaceres; nadie se percató, que aquel coche rojo, testigo de los acontecimientos, no estaba ya en la plaza.


Cuando Manuel, Beatriz y Beatriche salían de su casa, Manuel para su trabajo en el aserradero y Beatriz y Beatriche camino de la escuela, fue la niña quién se dio cuenta que, el coche rojo y brillante que tanto les había impactado el día de su llegada, no estaba.


Que extraño, no se había oído el ruido de ningún motor aquella noche, Beatriche, se lo comentó a sus papás, pero no le dieron importancia, sin embargo a ella si le pareció misterioso que el coche rojo y brillante, hubiera desaparecido.


Nadie se percató que en la cumbre más alta de las montañas en la que habitan las águilas, unos destellos rojizos centelleaban, debido a que los potentes rayos del Sol, iluminaban el coche rojo y brillante que unos días antes, había llegado a Valle del Sol y parado en su plaza.







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