EL MISTERIOSO NIÑO DE OJOS RASGADOS - CAPITULO XXVI

 



EL MISTERIOSO NIÑO DE OJOS RASGADOS





CAPITULO XXVI




Carlos, lo único que sentía en aquel instante era no poder apartar a María de su pensamiento, nunca más la volvería a ver; deslizó sus dedos por su rostro, por sus ojos, donde aparecía una lágrima, y esperó que pasara ese sudor frio y el temblor de sus manos. Empezaba a conciliar el sueño cuando el móvil sonó, era Leyla, lo cogió y contestó con un hilo de voz. - Sí, dime . - Ella se alarmó al oírle. - ¿Te pasa algo?. - No, me había quedado dormido. - Lo siento, estoy preocupada, esta incertidumbre me está matando, ¿crees qué debemos intentarlo?. - Claro Leyla, mañana hablaremos con David y con Paula y concretamos. He estado pensando en la manera a ver qué os parece pero cuanto antes mejor. - Don Doroteo pareció tragarse lo de la excursión. - Es la excusa perfecta, perdona Leyla es tarde, hasta mañana. - Tienes razón, hasta mañana. - Pensó que había sido una despedida fría, pero el recuerdo de María le obsesionaba y sentía que las traicionaba a las dos. Una brisa húmeda, soplaba esa noche y por mucho que sus pensamientos se perdiesen y el nombre de su prometida resbalase en su memoria no podía evitar sufrir, debía terminar con aquel suplicio y reconoció que solo el cariño de Sirio y Leyla le confortaría y le ayudaría a olvidar.



Al día siguiente llamó a David y quedaron en verse. Leyla se quedaría con los niños mientras ellos tres hablaban. Les explicó lo que había pensado, hablaría con el capitán del buque y llevarían a cabo su excursión. Lo pondría en conocimiento de Georges y Roberto para qué ellos prepararan donde les recogerían en caso de que todo saliera cómo lo habían planeado.





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Percibió un silencio absoluto a su alrededor y una corriente de aire helado acarició su cara. No le había oído acercarse y cuándo le sonrío sintió un escalorfrio. Se dirigieron a la cafetería del hotel y don Doroteo le indicó que se sentara; tomó asiento en una butaca y don Doroteo hizo lo mismo en la butaca opuesta. - ¿Tomamos un café? dijo con una sonrisa amigable; ¿de qué quieres hablarme?. - ¿Se acuerda qué comentamos querer hacer una excursión con los niños?. - ¿Era eso?, ¿pensaba qué habría surgido algún problema con la seguridad? . - No, no, todo está bien, ¿qué le parece?. - ¿Qué me parece...la excursión?, bien, bien, ¿cuándo sería?. - Exactamente no sé el día, tendré que hablar con el capitán del barco pero al ser posible en esta semana o en la próxima sin más tardar el clima ahora es el apropiado y en estas latitudes ya sabe cambia de un día para otro. - Tenéis mi permiso, si es eso lo qué me pides. - Gracias don Doroteo, los niños se pondrán locos de contento. - En cualquier caso te recuerdo que no puedes ausentarte muchos días. - No se preocupe, el personal a mi cargo está más que preparado además, serán solamente cuatro o cinco días. - De acuerdo, tenme informado. Se tomó el café de un sorbo, se levantó, y se fue. Carlos se sorprendió a si mismo de lo fácil que había sido. El también se tomó el café y salió sonriente de la terraza a comunicar la noticia a sus amigos.



El capitán del buque le dijo cuándo habló con él que no había problema, pero que hasta la próxima semana no hacía escala en la isla, le llamaría para que estuvieran preparados. A Carlos le hubiera gustado que hubiera sido esa misma semana, aunque pensándolo mejor tendrían más tiempo para organizar el viaje que sería largo. El barco les llevaría hasta la península de Kamchatka y allí cogerían otro para cruzar el mar de Bering, descansarían un día en una isla cercana y cruzarían el mar de Ojosk y en el microbus que alquilaron la vez anterior en su viaje al volcán viajarían hasta el lago Baikal y comerían en Irkutsk recordando la excursión, seguirían en el pequeño autobús hasta Omosk ciudad fronteriza con Kazajstam donde descansarían de nuevo para llegar a Tobolsk. Habrían recorrido casi todo el centro de Siberia en un viaje duro sobre todo para los niños, pero era tan grande su ilusión que no les importaría el cansancio con tal de ver tantas cosas desconocidas para ellos. Carlos además tenía una gran sorpresa para los pequeños harían el trayecto hasta Moscú en el Transiberiano, tendrían que volver sobre sus pasos hasta Irkutsk y coger allí el tren que venía de Vladevostok, así sería más difícil seguir su pista. El tren pasaba por muchos de esos sitios pero las paradas eran de pocos minutos y no les daría tiempo a visitar y recordar los rincones de la excursión anterior.



Cuando lo habló con ellos, a Paula y a David les pareció un viaje demasiado largo para los niños, pero tendrían la oportunidad de conocer esos parajes y pensaron que, si ya los niños y Leyla lo pudieron soportar ellos con mayor motivo podrían hacerlo; llevarían cada uno su mochila con lo imprescindible y unos kit de supervivencia y en las paradas principales comprarían lo que necesitaran, así no levantarían sospechas.



En la comida les contaron a los niños que la excursión estaba en marcha y sería la semana próxima. El revuelo que organizaron en el comedor al saber la noticia fue mayúsculo, comer era lo de menos, Sirio contaba con pelos y señales la subida al volcán y todos los sitios que conocieron, y ni él, ni Adrián, ni Daniel probaban bocado, hasta que Leyla les tuvo que decir que molestaban a los demás comensales y entre risas y miradas cómplices le hicieron caso.





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El móvil de Franchesca sonaba y ella medio aturdida sentada en la terraza del hotel con la mirada perdida en el mar y en el ir y devenir de las olas no se percataba lo cogió por inercia y oyó la voz insistente de Pamela decir su nombre, contestó con un dime lejano y Pamela alarmada preguntó: - ¿eres tú Franchesca?. - Sí, sí, perdona, estaba tan relajada mirando el mar que no oía el teléfono. - Dichosa tú, qué envidia me das, yo aquí en mi despacho delante del ordenador, por cierto, te llamo para decirte  me han encantado tus artículos, deberías convertirlo en una novela. - Eso me dice Georges..., no sé, yo creo que solo tienen interés informativo; ¿de verdad te han gustado?. - ¡Muchísimo!, claro que es lo importante pero, no crees qué puedes tener problemas a la hora de su publicación sobre todo de alguno de los capítulos, lo he comentado con mi jefe el también los ha leído y me dice que hay gente implicada muy importante y que no debían ser publicados. - La misma contestación me dio el mio, y eso que he omitido ciertos párrafos y pruebas que sé por Georges de las investigaciones que no se me ocurriría publicar. ¿Puede qué tú jefe y el mio se han podido poner de acuerdo?. - No te diría qué no, es posible, sus periódicos son de tirada nacional y no se atreverían por las posibles represalias, por eso te decía lo de la novela, a no ser que, en alguna de las revistas más atrevidas en lo político lo quieran hacer, si quieres puedo tantear en las que escribo. - Me harías un gran favor no me gustaría quedase en el olvido. - Lo haré, si lo logro te mandaré un mensaje, haz tú lo mismo. - De acuerdo, si no es así me plantearé la otra alternativa te haré caso y escribiré la novela. -



Habían regresado a Málaga se había convertido para ellos en su casa, aquél mar, aquella gente maravillosa habían ganado su cariño eran ya para ellos: sus amigos, su familia, les parecía mentira esos sentimientos en tan solo unos meses de estancia allí, decididamente sería desde entonces su hogar Georges había renunciado a su puesto como agente en París y si le aceptaban en la policía de Málaga seguiría con su profesión no le importaba que el sueldo fuera menor lo compensaba todas las cosas que encontró allí y de las que no podía, ni quería prescindir. Franchesca también le dijo adios a su trabajo en el periódico, antes de su marcha a París la ofrecieron ser corresponsal en el diario de Málaga aceptaría, además escribiría esa novela que ya tenía en mente mucha gente estaría interesada en publicarla, era la oportunidad de poder informar al mundo de todas aquellas experiencias en genética que se estaban llevando a cabo por parte de poderes fácticos, a los que interesaba cambiar el orden mundial donde la libertad se vería atrozmente reprimida.





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Había llegado el día de la excursión todos estaban alegres pero nerviosos los niños no hacían más que saltar iban de un lado para otro más por la curiosidad de aquella excursión qué por ninguna otra cosa; los mayores sin embargo con preocupación por la responsabilidad de su decisión y por no saber a lo qué se expondrían cuándo llegaran a España, pero la decisión la tomaron siendo conscientes de ello y no podían retroceder, lo importante era salir con los niños de la isla sabían lo que podía pasarles si se quedaban.



El buque rompehielos tardó más de lo que hubieran pensado y los nervios de todos estaban a punto de estallar pero, cuando vieron aparecer aquella gran mole de barco, la alegría calmó sus nervios avanzaron entre la gente hasta la cubierta, el sonido de los altavoces indicaba a los marineros la retirada de la pasarela seguido del estruendoso ruido de las bocinas advirtiendo a los pasajeros de su partida. Los pequeños empezaron a brincar unieron sus manos en señal del júbilo que no podían ocultar, Sirio se quitó del cuello el pañuelo rojo que llevaban para distinguirse por si surgía algún despiste y empezó a batirlo en el aire en señal de despedida, Adrián y Daniel le imitaron contagiando a los mayores entre risas y cómo si de una premonición se tratara de no volver a aquella isla.



Saludaron al Capitán; recordó a los niños les dio la mano y con una leve reverencia a Leyla que agradeció con una sonrisa. Carlos presentó a David y a Paula que correspondieron con un apretón de manos. Antes de marchar mandó a uno de sus marineros les indicara sus camarotes y les dijo: que para cualquier cosa qué necesitaran se dirigieran a él. Sirio, tirando del pico de su casaca preguntó: - ¿Podemos visitar el barco capitán?, a mis amigos y a mí nos gustaría. - De acuerdo Sirio pero Fabián os acompañará y al menos uno de vuestros padres; recuerdo …, (cogió a Sirio del lobulo de la oreja con una sonrisa cómplice), la que organizasteis en el almacén y soltándole la oreja continuó, que no se vuelva a repetir. - Yo sólo quería saber de dónde venían las mercancías nada más. - Y con una gran carcajada por la salida de Sirio, se despidió deseándoles un feliz viaje.



El buque hizo escala en Kamchatka como estaba previsto, cruzaron el mar de Bering y el de Ojosk y siguieron la ruta que habían acordado. Recorrieron en el pequeño autobús parte de las estepas siberianas y visitaron los lugares que recordaban: el monasterio de Panteimon, la desembocadura del rio Avacha, donde probaron los ricos cangrejos, el lago Baikal, el más grande del mundo lleno de embarcaciones de pesca, de recreo y de mercancías, un comercio en auge en aquellas tierras nada fáciles de atravesar y de explorar, hasta llegar a Irkutsk; allí comerían y comprarían ropa interior, algunos bocadillos y se aprovisionarían de agua. Antes de subir al tren una vendedora les ofrece verduras frescas y en conserva caseras. Se acomodaron en el compartimento más amplio para estar todos juntos con seis asientos que se convertían en literas y encima del pasillo, unos estantes para el equipaje. Les aprovisionaron de sábanas, mantas y fundas de almohadas que rellenaron con chaquetas y gerséis de lana para estar más cómodos; los anorak los pondrían encima de las mantas pues a pesar del aire acondicionado las noches eran frías en comparación con los días mucho más cálidos dependiendo de las zona de las grandes llanuras. Había paradas de quince minutos, de ahí los siete días de tren, tan solo en las poblaciones más importantes pudiendo estirar las piernas y comprar bocadillos de pan negro con mucha miga: de chorizo, y de carne no se sabía bien de qué, pero el hambre acuciaba, estaba caliente y sabrosa y el estómago lo agradecía. En el coche del restaurante había un cartel, les indica que su camarero se llama Sacha al que podrán llamar si les apetece, café, té, o cualquier infusión a lo largo del trayecto. En el menú siempre hay una sopa blanquecina con trozos de pan con no muy buen aspecto que rechazan, y se deciden por algo que parece pollo con rodajas de patatas y col fermentada y un panecillo negro, pero muy tierno. Dejan atrás casas de madera y grandes zonas con troncos de árboles cortados, y algunos cercados con cabras y ovejas. En las estepas se ven jinetes pastoreando rebaños. "Una lluvia ligera empieza a caer cubriendo el cristal de la ventana de hilos de agua marrón que dificulta ver el paisaje de los grandes valles fluviales que atraviesan la Taiga, la bellísima región Siberiana hasta llegar al lago Baikal". Paula y Leyla van explicando a los niños la importancia de cada lugar, les hablan de Siberia, un lugar inhóspito de inviernos imposibles en sus nueve mil y pico kilómetros que recorre el Transiberiano antes de llegar a la Rusia Europea y hasta su capital Moscú, atravesando los Urales por largos túneles que mandó construir el zar "Alejandro III para evitar las matanzas de los trabajadores causadas por tigres y osos de aquellas zonas y también para poder comercializar sus pieles", la más conocida fue la matanza de Amur que hemos visto en algunas películas, comentó Leyla.



Llegaron a la estación de Jaroslavski Moscú casi de anochecida cansados del viaje y deseando llegar al hotel que les había buscado Georges, darse una buena ducha, dormir en una cómoda cama durante largas horas de descanso y así poder recorrer la ciudad al día siguiente, sus calles, y plazas: la Plaza Roja y la Gran Catedral de San Basilio principalmente. "La Catedral con sus capillas independientes, sus torres y cúpulas únicas, de hojas de diferentes  y vivos colores azules y dorados semejando a piñas", que llamaron especialmente la atención de los niños. De allí, visitaron la Plaza Roja y el Kremlin, dejando el resto para la tarde, estaban cansados, con hambre, y marcharon para el hotel, un pequeño descanso después de la comida les vendría bien para reanudar la visita turística que se habían propuesto.



Cogieron el metro muy distinto a los que conocían; el nombre de las estaciones escritas en alfabeto cirílico ruso antiguo, escaleras mecánicas, que descienden a gran profundidad y a una velocidad poco acostumbrada que hizo que todos se agarrasen fuertemente a la barandilla, pero, abriendo bien los ojos, por la admiración que les producía ver paredes recubiertas de mármol, iluminación de candelabros de vidrio tallado en andenes de suelos impolutos, donde se reflejaba su figura cómo si de otra imagen real se tratara. Salieron de la estación y en un corto paseo llegaron a la plaza de los cráneos llamada así por sus macabros ornamentos, donde se ejecutaba a la gente que, no en todas las ocasiones era por haber cometido delitos, sino en su mayoría por razones políticas injustas. A pocos metros pudieron visitar la tumba de Lenin, revolucionario ruso cuya historia solo interesaba a los mayores. Los pequeños seguían comentando con gran consternación la cantidad de personas que debieron ser ajusticiadas en esa plaza y que no se borraría tan fácilmente de su memoria.



Su estancia de tres días en Moscú fue la suficiente para poder ver lo más importante y descansar. Los días que habían permanecido en aquella isla terminaron, al menos, esperaban que así fuera. Por fin llegó el ansiado viaje en avión a París, sus amigos los recogerían en el aeropuerto, les habían alquilado una casa por si hubieran seguido su pista y no constaran sus nombres en ningún hotel, ó, por si su estancia tuviera que ser larga, hasta que su seguridad estuviera asegurada.



La ciudad les pareció otro mundo, sus grandes avenidas, los escaparates de las tiendas de ropa o de alimentación, con aquella iluminación que cegaba sus ojos, aquel trajín y ruidos de coches que casi habían olvidado y les parecía una eternidad. Ahora su percepción era otra la de estar en una libertad que no se dieron cuenta haber perdido, solo al contemplar todo aquel bullicio de gente, de su rapidez en el andar, de su indiferencia al cruzarse unos con otros, pudieron comprender que, realmente estaban en su mundo, en su realidad. Cogieron varios taxis y llegaron a una casa rodeada por un gran jardín que recordaba a la de David y Paula. Los niños fueron los primeros en pasar corriendo y jugando llenando el espacio de risas y de alegría tanto tiempo retenida desde qué: engañados, secuestrados, llegaron a aquella isla siniestra que ni siquiera era conocida, solo por pescadores y por las personas que la ocuparon para sus crueles experimentos y sus construcciones con ideas poco recomendables para una convivencia vital y social para el ser humano.



Los días en París pasaban rápida y felizmente, los niños entre juegos y risas olvidaron aquellos otros que su mente libre de malos recuerdos podía obviar. Carlos y los demás sin embargo recordaban y temían las represalias de la organización y sus cómplices; estaban en continuo contacto con sus amigos y sabían que no tenían noticias, al menos todavía, de que su escapatoria hubiera sido descubierta, claro qué, seguramente, no habría interesado publicarlo en los medios de comunicación por la trascendencia y la repercusión que esto podría tener para sus fines.





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Don Eufrasio dejó un mensaje en el móvil de don Doroteo le decía que era urgente y debían verse. Se citaron en París, allí tenía su despacho privado libre de cualquier injerencia, no quería citarle en el edificio de la organización qué sí podía estar vigilado. Cuando don Doroteo llegó, don Eufrasio no hizo la menor intención de levantarse a saludarle, la sonrisa se heló en su cara y temió que algo grave debía estar pasando. - Con un ademán de su mano le indicó se sentara; sabes para qué te he hecho venir. - No,  y ese semblante tuyo me está alarmando. - No tienes idea de lo qué está pasando. - Si la tuviera te lo diría. - (don Eufrasio pensó si le estaría mintiendo), entonces no sabes dónde están tus sobrinos ni los niños. - Sí, en una excursión por Siberia, me pidieron permiso era cuestión de unos pocos días. - Te dijeron cuántos. - Exactamente no la verdad, pero los niños llevaban mucho tiempo sin salir de la isla y me pareció que no había ningún problema. - Y no han regresado verdad y ya han pasado muchos días, no es así. - Ahora qué lo dices. - Te resulta extraño, no. - Don Doroteo, no supo que decir, tenía razón, era demasiado tiempo sin saber nada de ellos, se sentía defraudado, engañado y no quería creer lo qué estaba imaginando; no pensé qué harían ninguna jugada. - No es solo una jugada, es una huida en toda regla, no sabemos dónde pueden estar, me he puesto en contacto con un detective privado por si estuvieran en España pero allí no han aparecido, ha preguntado a sus amistades en Málaga y no saben nada de ellos; se te ocurre algún sitio dónde podrían haber ido. - Se qué cogieron el buque que hace escala en la isla para recorrer los sitios de su excursión anterior, no creo qué estén todavía en esa zona hace demasiado frio para los niños, podrían estar en Moscú, es ya zona Europea y desde allí trasladarse a otro lugar. - Haré las averiguaciones pertinentes, espero los encuentren, si solo fueran tus sobrinos los que huyeron podríamos taparlo de alguna forma, pero también están: el jefe de seguridad, la psicóloga, y Sirio, un niño demasiado inteligente para dejarlo marchar. Lo peor, es que esto traerá consecuencias, sabemos que estamos siendo investigados por las Agencias Internacionales y aunque los mandatarios de OSEIA son importantes, sus proyectos pueden verse afectados, al menos a corto plazo, nosotros somos los más expuestos y seguramente rodaran algunas cabezas si esto pasa, ojalá me equivoque.- Claro me imagino, trataré de averiguar por mi parte y si me llegan noticias te las comunicaré inmediatamente. - Don Doroteo, comprobó que la despedida fue tan fría como la llegada.




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Georges y Roberto debían hablar con Carlos y ponerle al corriente de las noticias que les habían llegado, la organización había levantado todas las alfombras dónde podrían esconderse, desde Japón, Rusia, España. Sabían que Raúl, Carmen, sus familias y amistades, habían sido vigiladas y la casa de Paula y David, incluso la de María; menos mal qué ellos se adelantaron a lo qué podría pasar y el último sitio dónde llamarían e irían sería a Málaga sabiendo que con ello comprometerían a sus amigos, les hubiera gustado supieran estaban a salvo, pero encontrarían la forma.



David y Paula pensaron vender la casa, ya no podían volver al que fue su hogar, eso les entristecía y sabían que también les pasaría a los niños cuando lo supieran; de repente a Paula se le ocurrió qué quizá a Franchesca y a Georges les interesara comprarla, comentaron querer vivir en Málaga después de dejar sus trabajos allí en París y qué mejor que sus amigos la ocuparan, la tristeza no sería la misma y con el tiempo podrían visitarles. A David le pareció muy buena idea, se lo dirían en cuanto Georges apareciera por allí. No se hizo esperar, aquella misma tarde él y Roberto se presentaron de improviso y les contaron toda la información que tenían. Carlos comprendió a David y Paula, tenían razón nunca podrían regresar, pensó en María, debía vender también su casa ella por desgracia ya no estaba y el dolor nubló sus ojos. De momento no parecía pensaran estuvieran en París, pero no tardarían en atar cabos, tan poco allí estarían a salvo.





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Carlos estaba recordando como llegó a involucrarse en aquella organización de villanos y pensó que, en cierto modo, él también lo era; estaba cansado de su situación, de sus penurias y le tentó todo lo que podía obtener con aquel dinero que le pagarían pero, qué había conseguido, en qué situación estaban ahora seguramente por ser el responsable de la seguridad de aquella maldita isla, pasó la mano por su frente para borrar aquellos pensamientos, los verdaderos responsables, eran aquellos personajes de las industrias, de aquellas organizaciones privadas, de aquellos laboratorios y empresas farmaceuticas, y de aquellos científicos de los países que compartían sus sucios experimentos, creando seres sin alma, sin conciencia gracias a esa generación de robot que inundaría la humanidad sin que esta se diera realmente cuenta. Qué podía hacer ahora él para remediar sus errores, ya no estaba en sus manos, solo su conciencia se lo reprocharía, lo único qué podía hacer con ayuda de sus amigos era salvar como se pudiera a cuantos más niños y personas mejor. Confió en qué la policía de los países y las Agencias Internacionales actuaran para frenar en todo caso los experimentos con el Alzheimer, la Demencia senil y los implantes de micro ordenadores en el cerebro de los niños. Ojalá aquella isla, fuera borrada de la faz de la tierra.











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