EL MISTERIOSO NIÑO DE OJOS RASGADOS - CAPITULO XX





EL MISTERIOSO NIÑO DE OJOS RASGADOS



CAPITULO XX



Carlos, María y su madre llegaron a Málaga una tarde en la que el calor se hacía insoportable, casi se habían adaptado al clima de aquellas latitudes y les costaba respirar aquel aire húmedo y caluroso de su ciudad que tanto habían añorado; el salitre olor característico del mar impregnaba su nariz, reconociendo de este modo y sin ningún error que por fin estaban en casa. "La ambulancia adaptada a las necesidades de la enferma" les había recogido en el aeropuerto de Barajas.

No habían querido decir cuándo llegaban para dar tiempo a que descansara después de tantos kilómetros por aire y por carretera, deberían pasar unos días para que ella se acostumbrase a su nueva vida y reconociera su casa y su entorno, su mente debería otra vez recordar todo lo que allí vivió a lo largo de los años.

Carlos, al día siguiente, llamó a David para decirle que habían regresado y podía reanudar su trabajo. Después de tantos días en la isla, echaba en falta la tranquilidad que se respiraba en aquella casa, sobre todo a los niños y sus risas.

No había traspasado la verja del jardín, cuando unas carreras y risas de tres niños le atraparon cogiéndose a sus piernas; a punto estuvo como tantas otras veces de caer, era la forma de darle la bienvenida. - Cuidado, cuidado chicos me vais a tirar. - Él también reía a carcajadas y les besaba y alborotaba el pelo, - de acuerdo, de acuerdo, vamos a calmarnos. - ¡Qué gana tenía de veros!, os he echado tanto de menos y tengo tantas cosas qué contaros. - Vamos niños, - dijo David poniendo orden: seriedad, dejad a Carlos, no son formas de recibir a nadie, no dais la oportunidad de qué os salude cómo debe ser. - Los tres se pusieron serios y Carlos los fue cogiendo en brazos uno a uno abrazándoles y besándoles, pero Sirio se colgó de su cuello y así se quedó hasta que nuevamente David se lo recriminó, y a su pesar, bajó de un salto.

Carlos y David se saludaron. - Te dejaré un rato con los niños, me temo, no nos van a dejar hablar, ¿puedes quedarte a comer y me cuentas todo?, sé por don Doroteo algunas cosas, pero quiero qué tú me las cuentes con pelos y señales; estoy intrigado por la operación y por el resultado, aunque lo vi con mis propios ojos en aquellos vídeos, nunca estuve tan cerca de la persona a la qué se le realizó. - De acuerdo David, llamaré a María y si todo está bien, le diré me quedo a comer, tengo que ponerme al día en el trabajo, lo comprenderá. -Avisaré a Paula qué tenemos un invitado, se alegrará de verte. - Gracias David. -

- Niños, salgamos al jardín nos sentaremos en el césped y contaremos todo lo que nos ha pasado estos días que he estado fuera, no sabéis las cosas tan maravillosas que he visto.

- Si, cuéntanos cómo es Japón - dijo Sirio. En el mapa parece insignificante, y sus islas, motas de polvo en aquel mar del Poniente.

- De insignificante nada Sirio. Es un país asombroso: su cultura, sus gentes, sus islas; en cada parte de Japón encuentras algo diferente, su tecnología es la más adelantada del planeta y lo demuestra en todas sus estructuras, en todos sus avances en la ciencia de la medicina y la robótica; aunque me puse al día en todos estos hechos, físicamente no pude por el trabajo qué fui a realizar allí de recorrer el país, espero hacerlo en otra ocasión. Sí os puedo contar mi visión de la parte rusa siberiana, la blancura de la nieve de esos parajes, sus destellos cuando le da la luz del Sol, imposible observarlos más de unos segundos a pesar de la protección de las gafas especiales que llevaba y por sus temperaturas extremas la ropa de abrigo era insuficiente, el frío la traspasaba y paralizaba mis músculos, además de la dificultad de andar por la nieve que, - aun ayudado por las raquetas, - no te salvaban de hundirte hasta las rodillas en aquel mar de blancura infinita.

¡Qué divertido! - comentó Daniel - Cuánto me gustaría a mí andar con esas ...¿raquetas?. - Se llaman así, - dijo Carlos - por su forma, es la única manera de andar por la nieve. Aunque no es nada fácil, te lo aseguro.

- ¿Y dónde dices qué estuviste?, - le preguntó Sirio. - Era una parte de Siberia en la Península de Kamchatka, pertenece a Rusia; la separa de Japón el Mar de Bering, por el que navegué en un barco de mercancías llevando una cúpula de cristal que se había fabricado allí en las profundidades de un volcán para aprovechar la temperatura de la lava en su fundición.

- ¡Qué interesante!, - dijo Adrián, - nuestro profesor nos ha hablado de Rusia y algo de Siberia, es la parte norte y sus temperaturas pueden llegar a más de sesenta y cinco grados bajo cero. No creo qué allí pueda vivir nadie.

- Claro que vive gente Adrián,- le dijo Sirio: - son pueblos nómadas, se dedican al comercio y surten de mercancías a otros pueblos de Siberia desde hace cientos de años; ahora hay también otras formas comerciales, por los avances en hidroaviones y barcos rompehielos que abastecen a las ciudades más importantes; además hay minas de carbón en el subsuelo que son explotadas todavía y que exportan a algunos países europeos.

Carlos quedó callado. Nuevamente Sirio le había sorprendido, aunque no comprendía por qué, si ya estaba claro para él de dónde procedía; le había costado creerlo, pero era obvio: un niño con esos conocimientos no podía ser de la Tierra.

Comieron entre bromas y risas. Los niños, no paraban de preguntar a Carlos por las curiosidades tan diferentes de aquel país y hasta Paula, quedaba admirada por lo que contaba, a pesar de que ella había hecho en su momento varios viajes con su tío Doroteo a gran parte de Japón. Él siempre estuvo interesado en esas islas y, mucho después, descubrió por qué.

David, dijo a los niños tenía que hablar con Carlos,  ya les contaría más cosas en otra ocasión.

Cuando se despidió de Sirio, éste le preguntó: - ¿cuándo nos veremos?, - ¿vivirás aquí hasta qué te cases con María, o en su casa?. - Seguiré viviendo aquí de momento, pero la acompañaré unos días hasta que su madre esté recuperada; aunque vendré, tengo que cumplir con mi trabajo. - Estupendo, entonces nos veremos a diario. - Carlos sonrío. Él también se alegraba de estar cerca de él.

Subieron al despacho. - David había regresado antes de Japón. - Don Doroteo le quería en España por si surgían contratiempos he informase a don Eufrasio de la marcha de los proyectos llevados a cabo, pero su regreso le impidió ver la construcción y acoplamiento de la cúpula. Carlos, le puso en antecedentes de todo el trabajo realizado y lo orgulloso qué estaba el equipo por los resultados a pesar de algunas dificultades, al principio en su apertura, - cuándo tuviera qué estar abierta, o en su cierre hermético, cuándo tuviera qué estar cerrada, - pero se resolvió satisfactoriamente y sellaba a la perfección, era para lo qué fue construida, a prueba, de toda clase de catástrofes.
 
- Me admira lo que habéis logrado demostrando qué, - la tecnología unida a la hidráulica y gracias también a los materiales empleados y a las altas temperaturas de ese volcán, - lograrais lo que te proponías en tu proyecto, digno desde luego de un premio en arquitectura y tecnología. Don Doroteo, - vino muy satisfecho de la seguridad de la isla, - y me dijo: - que muy pronto nos reuniríamos allí, para demostrar en este caso, su teoría de la viabilidad de la convivencia de las familias de acogida de toda Europa. - Está preparado, cualquier día nos manda llamar para tal fin. - No me gustaría que fuese pronto, ya hemos retrasado la boda por la operación y sería lamentable que tuviéramos que hacerlo otra vez. - Ojalá me equivoque Carlos, pero el jefe está entusiasmado con su ciudad, quiere demostrar al mundo que puede haber ciudades seguras ante cualquier ataque, ya sea provocado por desastres naturales, o de cualquier índole, fuera de los controles terrestres.
 



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David, no se equivocaba; a los pocos días de su conversación, una llamada de don Doroteo les advertía de la inminente marcha de la familia con Paula y los niños, a los que deberían acompañar Carlos como jefe de seguridad y Leyla como psicóloga. Saldrían como la vez anterior en avión desde Barajas, fletado para todas las familias españolas de acogimiento hacia Japón.

La noticia fue un jarro de agua fría para María y Carlos que otra vez tendrían que retrasar su boda. Trataba de consolarla diciéndola que lo mirase por el lado positivo, hubiera sido peor separarse nada más estar casados, y así, cuándo ocurriera, ya no se separarían, pero a ella no la consolaba lo más mínimo; además su madre no se mostraba nada cariñosa con ella, había cambiado totalmente en su comportamiento: sus cambios de humor, sus constantes dolores de cabeza, sus salidas sin que se las comunicara a su hija, creándola una gran preocupación hasta su vuelta y sin darle la menor explicación de dónde había estado; - Carlos la decía, que deberían consultarlo con los doctores, - pero ella le respondía que ya les habían avisado que esto podía suceder y quería darle más tiempo para que se recuperara.

Se despidieron la tarde anterior a su marcha en el mismo sitio donde le había declarado su amor, quería que quedara en su recuerdo una despedida cariñosa demostrándole que ese amor perduraría aunque tuvieran que estar sin verse una temporada, pero ella no tenía consuelo; separarse de él era un sacrificio demasiado grande, habían tenido que retrasar la boda en dos ocasiones por circunstancias ajenas a su voluntad, y algo la decía en su interior, que todo parecía ponerse en contra de esa boda que tanto deseaba por el amor que siempre sintió hacia él desde que entró a trabajar en el quiosco de Raúl y le vio la primera vez. No quería que se marchara con la sensación de su reproche y trató de estar contenta y animada, sabía que la quería, quizá no tanto cómo ella a él, había tardado en decírselo, aunque la verdad, fueron tiempos difíciles para ambos económicamente y su responsabilidad hasta no tener una estabilidad en el trabajo, les había llevado a posponer calladamente el amor que sentían. Se dejaron llevar por la pasión de aquella despedida besándose una y otra vez, hasta que la noche interminable de amor pasó a la claridad del día y su adios llegó con un último y apasionado beso y una mirada hasta que pudieran volverse a ver.
 



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Salieron para Madrid una mañana soleada y calurosa. David, Paula, Adrián y Daniel en su coche y Carlos en el suyo, acompañado de Sirio y Leyla. El viaje en avión, era largo y tendrían que descansar en dos hoteles y repostar antes de la llegada a su destino; viajaban bastantes niños y aunque procuraron que fueran lo más cómodos posible, la distancia hasta llegar a la isla era grande.

Sirio, sentado en el avión al lado de Carlos, no paraba de hacerle preguntas sobre la isla y lo que harían allí. David me ha explicado -  dijo Sirio - que son unas vacaciones a las que también han sido invitadas familias de toda Europa para convivir y a la vez compartir idiomas y conocimientos que hemos adquirido en lugares tan diferentes y ver, si estamos a la altura de lo que se espera de nosotros.
 
- Lo has explicado también, dijo Carlos, que no tengo nada que añadir, solo decirte que es un programa experimental educativo para qué las nuevas generaciones sean conscientes de los progresos del futuro: en la robótica, en la medicina y en los grandes avances en inteligencia artificial y sobre todo, en las relaciones humanas, factor importante para la erradicación de las guerras que están asolando a algunos países; al menos es de lo que se trata con la reunión en esta isla alejada de Japón, con medidas de seguridad también en experimentación, para un cambio radical en el concepto de un mundo nuevo.

- Y, ¿tú crees qué lo lograrán?. - No lo sé Sirio, no me convencen sus métodos, ni sus medidas llevadas a tal extremo por el control al que someterán a la población. Es verdad que es importante la seguridad en un mundo cada vez más globalizado, yo he dedicado mi proyecto a hacerlas lo más efectivas posibles dentro de unos límites, pero no me está gustando la forma de llevarlas a cabo; puede ser contraproducente y provocar el caos.

- ¿Entonces, por qué les ayudas?. - Difícil respuesta: me gusta mi trabajo y contribuir a la seguridad de las gentes, pero vuelvo a decirte que no de esta forma, pero le debo mucho a David y a don Doroteo y no quiero defraudarles, han hecho mucho por la madre de María y tienen mi agradecimiento y tú también formas parte de esa familia, de esa realidad y de ese programa y quiero saber cómo se llevará a cabo y las consecuencias; por eso colaboro y lo seguiré haciendo mientras las cosas no vayan más allá. - ¿Y qué harás si esto ocurre?. - No lo sé Sirio. De momento vamos a esperar y a disfrutar de estas vacaciones que nos permiten estar juntos y después, ya veremos.

¿Qué te parece si le pido a don Doroteo qué nos permita hacer una excursión a Adrián, Daniel, tú, yo, y si nos quiere acompañar Leyla?, podríamos coger un barco rompehielos de los que se dirigen a la península de Kamchatka, y visitar esa parte de Siberia de la que os hablé. - Sería estupendo. - Bueno, no digas nada todavía por si no saliera el plan y nos lleváramos una decepción. - De acuerdo, mis labios están sellados.

Carlos, lo comentó con don Doroteo. - Podéis hacerlo este fin de semana, siempre que estéis de vuelta el lunes. - Así lo haremos, muchas gracias. Comenté con los niños mi aventura en Siberia y se entusiasmaron tanto que, he pensado les gustaría conocer esa parte y serviría también para su educación, que disfrutaran de esos paisajes y vieran con sus propios ojos la sima donde se encuentra el volcán, a Sirio le interesó vivamente mi explicación de la aleación de los componentes de los metales con las fibras de vidrio y plásticos en la construcción de la cúpula; es un niño muy inteligente y tiene curiosidad por todo. - Si, David también me lo dice, sobre todo sus conocimientos sobre las galaxias, ese mundo exterior que nosotros conocemos gracias ahora a los grandes telescopios en zonas estratégicas del planeta, pero él, según David, lo cuenta como si lo hubiera visto en alguna ocasión. -
 
 Logró hacerse con el equipo apropiado para todos incluida Leyla, le había ilusionado la idea de aquella excursión igual que a los niños, salieron el sábado muy temprano, la temperatura se acercaba a los cuarenta grados bajo cero y eso que todavía no habían embarcado en el rompehielos que les cruzaría por las heladas aguas del Mar de Bering a su destino la ciudad de Kamchatska y al lugar donde se construyó la cúpula que ahora cubre toda la isla.

Los niños no paraban de reír y de gastar bromas; estaban realmente felices con aquellos gorros y abrigos de piel y aquellas botas hasta las rodillas, parecían más oseznos propios de aquellas tierras que seres humanos, Carlos y Leyla también se burlaban de ellos mismos y de sus atuendos, aunque realmente contentos por no pasar frío ya que entre los gorros, bufandas, y las imprescindibles gafas, ni un solo resquicio de su rostro faltaba por cubrir.

Un pequeño autobús les llevó hasta la costa donde embarcarían en el carguero rompehielos que hacía la ruta de la parte rusa llevando mercancías y a la gente que diariamente va a trabajar a las empresas que se dedican sobre todo, a la fundición de aleaciones de metales altamente resistentes y maquinaria pesada para los trabajos del campo y seguramente otras, para no tan nobles proyectos, como la armamentista para países en conflicto.

Aquel gran barco todavía de vapor, daba la sensación de un desvencijado y ruinoso carguero, en cuya cubierta mercancías en grandes contenedores de madera se almacenaban unos al lado y encima de otros como grandes torres que parecían a punto de caer y cubrían gran parte de la cubierta del buque; "desde luego nada parecido a un barco de vacaciones", aunque los niños parecían disfrutar a pesar de esa mole de maquinarias que se disponían a arroyar a todo el que se despistara y estuviera cerca de ellas. La curiosidad de los niños ante tales moles de almacenajes no tenía fin, preguntaban que era lo que contenían y se paraban a leer los carteles que portaban en la tapa, algunos, en idiomas desconocidos para ellos, aunque la mayoría: en Japonés, chino, árabe, ingles… con el nombre del destino de cada uno de ellos, pero se desconocía el contenido, no constaba en ningún sitio, por lo que la curiosidad de Sirio aumentaba y a punto estuvo de preguntar a uno de los que vigilaban con muy malas caras, no les debía hacer ninguna gracia que los niños estuvieran por allí curioseando. Leyla miró a Carlos y comprendió sería mejor marchar a la zona cubierta, además el frío se hacía insoportable y los niños estarían resguardados del aire que empezaba a arreciar y parecía se avecinaba tormenta.

Pasaron a un pequeño salón cafetería donde realmente se estaba caliente y donde podían tomar unos buenos bocadillos y unos cuencos con caldos que calentaban el estómago y hacían soportable la temperatura del exterior.

Los niños, miraban por un ventanal improvisado en la pared del buque, las grande moles de hielo que el carguero dejaba a su paso rompiéndolos en pedazos como si se tratara de paneles de espuma prensada, pero los crujidos del hielo al partirse no dejaba lugar a dudas, que no era nada fácil aunque lo pareciera. Admirados por algo que nunca habían presenciado, les mantenía pegados al ventanal sin hacer preguntas para que nada se escapara a su curiosidad. Carlos y Leyla se miraban y sonreían comprendiendo que estaban disfrutando de algo para ellos insólito.

Por fin llegaron a Kamchatska, les vinieron a buscar los guías que Carlos había pedido a la organización, era mucha la responsabilidad sin conocer realmente esas tierras llevar a los niños y a Leyla por esos parajes; cuando lo hizo el solo, estuvo a punto de perderse y sería lamentable que les pasara algún percance por no tomar precauciones.

El hotel del mismo nombre que la ciudad, había sido remodelado, su construcción antigua tenía esa característica de las grandes casas de estilo soviet, ventanales y puertas redondeados y una gran escalinata que ascendía a la entrada principal de puerta giratoria, con paneles de cristales cincelados con figuras de animales. En el centro de la techumbre una cúpula redonda dorada que daba al conjunto el sello inconfundible de aquel lejano país.

Sirio, Adrián, y Daniel no paraban de mirar todo lo que abarcaba su vista admirados de lo extraño que, era para ellos aquel lugar al que viajaban por primera vez; también Leyla comentaba con Carlos lo hermosa que era la ciudad y que nunca se la hubiera imaginado así. - Yo pensé lo mismo cuándo la vi en mi anterior viaje. Si mañana tenemos tiempo visitaremos la Catedral y el monasterio de Panteimon y a primera hora de la tarde si no hay niebla subiremos al volcán Korkyaksky donde estuve trabajando en la cúpula, la parte más importante de mi proyecto; pedimos permiso para la visita guiada con nuestros acompañantes, y también nos llevarán a una de las lagunas y a la desembocadura del rio Avacha que vierte sus aguas en el mar de Bering. En el buen tiempo cientos de aves vienen a emigrar y pueblan el humedal que se forma en el delta y que ahora permanece helado y donde se puede patinar; muchos jóvenes y no tan jóvenes, aprovechan cualquier oportunidad para disfrutar y practicar el patinaje, la mayoría lo hace tan bien que parecen expertos profesionales.

La ascensión al gran cráter del volcán korkyaksky, lo hicieron en el transbordador que utilizaban los trabajadores y las personas autorizadas que venían a visitar sus instalaciones. Aquella visita era muy especial, pedida exprofeso por una de las personas relacionadas con la compañía que tenía los derechos de los trabajos que se realizaban en aquel lugar de Siberia que, no era otro, que don Doroteo. Los niños no salían de su asombro, les hicieron poner trajes especiales para poder paliar el calor de la lava incandescente que circulaba por canales y llevada a la zona donde grandes alambiques mezclaban los vidrios y metales para las aleaciones que luego emplearían en la industria.

- Sirio, comunicaba por señas a Carlos y a Leyla las preguntas que fluían en su cabeza por lo que estaba viendo, aunque en la mayoría de los casos era imposible que tuvieran respuesta, pues entre el ruido, y el vapor por la temperatura de la lava, no se podían oír, ni ellos casi ver, con aquellos cascos y aquellas gafas y las preguntas pasaban inadvertidas. Las risas y los ojos como platos de los niños, hacían sonreír a Leyla que miraba a Carlos con admiración por lo que había conseguido, aquel proyecto que ella nunca pensó que pudiera llevar a cabo aquel simple camarero de un chiringuito de la playa. Sus ojos se encontraron. Aquella mirada duró unos segundos, suficientes, para que Carlos sintiera la misma admiración que cuando miró aquellos ojos color ambar por primera vez;  siempre le habían cautivado. Leyla percibió su turbación y ella también recordó aquel sentimiento que había tratado de olvidar desde que él le comunicara su boda con María; pero ahora, al cruzarse sus miradas, pensó, si el todavía sentiría algo por ella; desde el primer momento que se conocieron conectaron enseguida y cuándo se miraban la atracción física era grande por mucho que ambos disimularan, hubo un momento un día en aquella cafetería que estuvieron a punto de besarse, aunque los dos sin saber muy bien por qué, pararon aquella atracción con una larga mirada sin llegar a nada más. Las risas de los niños les hicieron volver de nuevo a la realidad y Carlos subiendo la voz trataba de explicarles como la lava calentaba aquellos grandes alambiques y como su temperatura lograba descomponer y derretir los metales y componentes de todos ellos. Su proceso no era fácil, después se enfriarían gracias también a los ríos subterráneos que aprovechaban para llevar en grandes tanquetas el producto ya mezclado hacia la zona donde sería terminada su elaboración convirtiéndolo en piezas que serían adaptadas para los diferentes usos y proyectos.

La visita al volcán korkyaksky terminó, pero no las preguntas de los niños que ahora si se dejaban oír y que Carlos trataba de responder a veces como podía. Sirio no se conformaba con algunas explicaciones, poniéndole en grandes dificultades; Leyla no podía contener la risa cuando veía a Carlos pasándolo tan mal sin saber a veces que decirle a aquel niño, que ella pensaba venía de las estrellas y había aparecido sin saber cómo en la playa de la  Malvarrosa. Él, era uno de esos niños y niñas de ojos rasgados que la organización OSEIA le pedía los mandara a las familias que también formaban parte del proyecto y que ahora estaban allí, aunque ella no sabía muy bien por qué; David, le había comentado que don Doroteo quería que ella actuara como psicóloga en los cursos y charlas con los padres, pero sobre todo con los niños, y hacerles comprender todas las enseñanzas a las que se les sometería y a las practicas y métodos que se llevarían a cabo en inteligencia artificial y conocimientos en control mental y dominio de los estímulos cerebrales, a través de un nanorobot cuya implantación se haría una vez terminada su educación y estimulación en el proyecto.

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