CUENTO - EL JARRÓN CHINO













CUENTO



EL JARRÓN CHINO



En el salón de una mansión en el centro de Lóndres, en una esquina, como ornamento en exposición, situado en la peana de una columna de alabastro, estaba, un jarrón chino. Seguramente había sido regalado a los miembros de la familia que habitaba la casa, por algún amigo o familiar importante, dado el lugar que ocupaba en una estancia en la que un jarrón chino por muy antiguo que fuera, incluso, perteneciendo a la Dinastía Ming, no iba con la decoración de aquella amplia sala, en la que dominaban los muebles de estilo ingles con detalles más modernos en una sintonía impecable.

Dos grandes ventanales, casi al pie de calle al jardín, con cortinones de un azul intenso recogidos en los laterales con cordones gruesos de seda, que caían hasta media altura del suelo en borlas sin llegar a arrastrar y cubriendo parte de los blancos visillos transparentes que dejaban pasar la luz, a aquella habitación donde se mezclaban cultura y refinamiento. En uno de los laterales y a continuación de las cortinas, un cuadro representando una partida de caza en donde corzos y jinetes se mezclaban con la jauría de perros que les perseguían hasta darles caza; seguían dos sillas de estilo ingles, tapizadas en la misma tela y color de las cortinas en el espacio que quedaba hasta la librería que cubría toda esa pared, y en la de enfrente, otras dos sillas, combinando con un mueble del mismo estilo en madera de haya veteada en tonos algo más oscuros, con cajones a ambos lados de una puerta central; la parte de arriba del mueble una vidriera curvada ornamentada con hojas de parra labradas por la mano experta de algún artesano del vidrio, mateadas, y que no impedían para nada ver el interior, donde una cristalería de Bohemia lucía todo su esplendor. Seguía la puerta de entrada al salón de doble hoja de cristal en color ambar, y otro mueble idéntico al anterior seguido de dos sillas.

En el otro lateral de la estancia, una amplia mesa ovalada rodeada de seis sillas y que se ampliaba según el número de comensales, y en el espacio de la pared de enfrente, otro cuadro de semejantes característica al anterior y debajo de él, la columna y el jarrón chino. Frente a los ventanales, unos sillones de cuero en tono gris claro formando un semicirculo encima de una alfombra del mismo color y una mesa rectangular de cristal, con los motivos de las vitrinas de los muebles.

Un conjunto exquisito, sino fuera, porque aquel jarrón chino estaba fuera de esa sintonía de estilos y de colores. Hacía tanto tiempo que se encontraba en ese rincón, que no recordaba cuanto, solo sabía que, llevaba años; nadie le hacía caso, nadie le miraba, si acaso la sirvienta que le pasaba el plumero con tal desgana, que varias veces estuvo a punto caer de la peana y hacerse añicos; casi lo prefería, quizá así, se dieran cuenta de lo que perdían.

Él era importante, era un jarrón de una Dinastía antiquísima en China, tenía un valor incalculable, databa de los siglos XV o XVI, estamos en el XXI, aunque solo fuera por el paso del tiempo deberían tenerle en cuenta. Se sentía ofendido, despreciado y no lo podía consentir. Sus dibujos, su alegoría, representaba a un mago haciendo su espectáculo de magia con loros, guacamayos y pavos reales; aunque había pasado el tiempo recordaba los conjuros y se le ocurrió la idea de intentarlo, al menos así, se sentiría feliz. El mago cobró vida al igual que sus pájaros, y hacía que sus loros, sus guacamayos y sus pavos reales, cada noche cuando todos dormían recrearan su espectáculo como lo hacía en su juventud para ganarse la vida día tras día, y así, día tras día, dejaba una pluma de loro, de guacamayo o de pavo real junto al jarrón; al principio nadie se preguntó qué hacía una pluma en el suelo, no le dieron importancia, la habría llevado el viento, pero las plumas siguieron apareciendo debajo del jarrón chino y pronto pensaron que era cosa de magia y todas las mañanas cuando la gente de la casa se levantaba, iba haber si había otra pluma junto a la columna de alabastro. El mago de la alegoría que representaban los dibujos del jarrón, había conseguido por fin, que le prestaran la atención que él creía se merecía.

Ahora el plumero si cumplía su misión y con mucho cuidado se hacía su limpieza por recomendación expresa de los dueños de la casa, para que no se rompiera, sería un gran disgusto para toda la familia.

El mago del jarrón chino, cada noche daba su espectáculo y cuando iban a recoger la pluma y la guardaban con tanto respeto, sonreía entusiasmado, pues había logrado que su magia fuera contagiosa, y lo principal, que tuvieran en cuenta que una Dinastía Ming como la suya, era muy importante también en el siglo XXI. El arte, siempre es arte.



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