NOVELA SERIALIZADA: EL MISTERIOSO NIÑO DE OJOS RASGADOS. CAPITULO I
EL MISTERIOSO NIÑO DE OJOS RASGADOS
CAPITULO I
Aquel
misterioso niño,
apareció en las costas de Málaga, deambulaba por la playa
sin saber a donde ir; no recordaba cómo había llegado hasta allí,
ni recordaba de dónde venia, ni cual era su nombre, todo le parecía
extraño; miraba las aguas del mar, con miedo, con temor, como si
nunca lo hubiera visto antes, andaba descalzo por la arena y su
vestimenta, un simple bañador y una camiseta. Ninguna pista de su
país de origen.
Carlos,
paseaba por la playa cada noche después de
terminar el curro y antes de encerrarse en la habitación que tenía
alquilada en aquella casa patera; el dinero que le pagaban por
guisar, servir y limpiar en aquel chiringuito, no era suficiente para
alquilar una casa y mucho menos comprarla, aquello, eran palabras
mayores, aunque él, siempre soñaba salir de esa situación, pero en su interior pensaba que, seguramente sería uno de sus sueños.
Caminaba
cabizbajo con sus pensamientos y las playeras en una mano para que
no se llenaran de arena, la dueña de la casa les tenía
terminantemente prohibido ningún rastro de arena de la playa en las
habitaciones bajo el castigo de tener que dejar la vivienda; Carlos
sabía que le sería muy difícil encontrar otra habitación por
doscientos euros, cuando ya se pagaban trescientos y cuatrocientos
por una habitación en Málaga; a él la dueña no se la había
subido porque decía que, era un buen chico y no le causaba
problemas, aunque también le advertía, nada de chicas, ni
compartirla con amigos, iba a estar vigilante; todo esto le
agobiaba, pero no podía hacer nada para evitarlo.
Era
una noche cálida, la suave brisa que llegaba del mar y el rumor de
las olas le relajaba, un poco más adelante había un banco, se
sentaría en el; era agradable esa soledad y poder contemplar el
mar sin el agobio de servir las mesas en la terraza del chiringuito
que, aún en la misma playa, no podía disfrutar.
Iba
a llegar al banco pero vio que estaba ocupado, alguien estaba
durmiendo en él, siguió adelante; de pronto, se paro, le había
parecido un niño, ¿qué hacía un niño solo a esas horas durmiendo
en un banco?; volvió sobre sus pasos y se acerco, le tocó en el
hombro y el niño se asustó, - no temas, no voy a hacerte nada, - el
niño se sentó y Carlos se sentó junto a él; - ¿cómo te llamas?,
- ¿qué haces aquí tu solo?, el niño le miraba, pero no
contestaba; insistió, no tengas miedo, solo quiero saber
cómo te llamas y quién eres, ¿entiendes mi idioma?, por fin el niño
contestó, - si - ¿de dónde eres ? - no lo sé - ¿cómo qué no lo
sabes?, ¿con quién has venido ?, ¿quién te ha traído?, - no lo
sé, - ¿tampoco sabes tu nombre?, - no, contestó el niño, - ¿no
tienes nombre?, - no sé, - ¿no tienes padres?, - no sé. - Carlos
estaba perdiendo la paciencia, quería ayudarle, ¿pero, cómo?; siguió
su interrogatorio, ¿te han abandonado tus padres u otras personas y
tienes miedo de decírmelo?, - no, no lo sé, - le dieron ganas de
marcharse, de dejarle allí, estaba muy cansado y tenía que
madrugar, pero como iba a dejar allí a aquel niño, quizá hubiera
venido con otros en una patera y le hubieran amenazado si hablaba;
sí, eso sería.
Tenía
unos rasgos faciales extraños; sus ojos rasgados cuando los cerraba,
parecían dos lineas curvas muy definidas en su cara, sobre una nariz
perfecta, y cuando los abría, eran grandes expresivos como su sonrisa
y negros azabache como su pelo, negro e ensortijado, y una boca de
labios gruesos, no demasiado grandes. No eran unos rasgos muy
comunes: a pesar de sus ojos rasgados, no parecía chino, ni japones,
a pesar de su piel un poco oscura y su pelo negro y rizado, no
parecía africano, pero, tan poco, peruano, o boliviano, por más qué
lo miraba, no apreciaba su procedencia, y más, cuándo él, por lo
que fuera, no quería decirlo.
Volvió a intentarlo: ¿estás esperando qué vengan a buscarte tus
padres, o algún amigo?; - no, no conozco a nadie, - entonces ¿por
qué no me dices cómo te llamas y dónde vives?, yo te llevaría a tu
casa, - no tengo casa, - ¿tu casa está en otro país?, - no lo sé,
- decididamente, iba a perder la paciencia; - ¿bueno, qué hago
contigo?, si no me dices tu nombre, ni donde vives, voy a tener que
llevarte a comisaría, a la policía, ¿no serás un raterillo; -
¿qué es eso?, - pues un ladrón, - no sé, - desesperado se
levantó del banco y siguió su camino, pero su conciencia no le
dejaba de molestar, se volvió para ver qué hacía y le vio de pie,
junto al banco, mirándole, con aquellos ojos inocentes, o al menos a
Carlos se lo parecían; volvió otra vez sobre sus pasos, cogió al
niño de la mano un poco bruscamente y caminaron por la playa, hasta
salir al paseo.
Era muy
tarde para ir a la policía, si lo hacía, los tendrían allí toda
la noche y tenía que descansar, al día siguiente tenía curro y no
podía faltar, pero si se lo llevaba con él, tendrían que tener
cuidado que doña Pepa la casera no se percatara, tenía un oído
finísimo y dormía con un ojo abierto, procurarían no meter ruido,
metió la llave en la cerradura del portal y le hizo al niño la
señal de silencio con la mano, subieron la escalera con mucho
cuidado, la dueña vivía en el primer piso y el ocupaba una
habitación en el segundo izquierda, abrió la puerta, tuvo suerte,
todos estaban en sus habitaciones y no les vieron entrar, con
precaución pasaron dentro, se dejó caer en el único sillón de la
habitación de momento estaban a salvo.
El niño
seguía de pie, le miró y sonrió, se levantó del sillón y llevó
al niño a un pequeño servicio que el mismo había instalado para
evitar salir por la noche al baño que compartían en la vivienda;
le dijo que se lavara, fue al armario, buscó una camiseta, de
momento le valdría para dormir, al menos estaba limpia; le preguntó si había comido, el niño, le dijo no con la cabeza; miró en
el pequeño frigorífico: tenía un paquete de chorizo y un trozo de
queso, le preparó dos sándwich y un vaso de leche con cacao que
a él le gustaba tomarse por las noches, esta vez no lo haría por
si no hubiera suficiente para desayunar.
Carlos,
miraba a aquel extraño niño con pena, tenía tanto miedo que, ni
siquiera le decía su nombre, y tanta hambre, que los sándwich
desaparecieron rápidamente. - ¿Te han gustado los sándwich?, - si,
contestó el pequeño, - bueno pues tomate la leche, mientras paso al
aseo. Cuando salió, el niño se había quedado dormido, no podía
meterle en la cama con esos pies tan sucios; buscó una toalla, la
mojó, la frotó con jabón y le lavó los pies, el niño, ni se
inmutó, ¿de dónde vendría?, el camino debió de ser largo, se le
veía agotado y de nuevo la pena le inundó el corazón, no le había
preguntado su edad, aunque quizá tampoco la supiera, era un
verdadero misterio; era alto, pero su cara, era la de un niño de
seis, o siete años; ¿quién le habría abandonado en la playa?,
quién sabe, a todo le contestaba que no sabía, esa era su
respuesta.
Se puso
cómodo, el también debía descansar; cogió al niño en brazos y
lo depositó en un lado de la cama, él se tumbó en el otro lado
procurando no molestarle, le miró durante un rato y pensó en el
lio en qué se había metido, pero, el cansancio y el sueño hicieron
que sus ojos se cerraran y durmió junto a aquel niño de ojos
rasgados.
El despertador sonó a las siete de la mañana, aunque era su hora
habitual, debía darse prisa para salir de la casa antes de que se
despertara su dueña; el niño, ni siquiera se había movido, la
misma postura en la que Carlos le acostó; no quería despertarlo,
pero tenía que hacerlo, no podía dejarle allí; le levantó y le
puso la ropa del día anterior, no había otro remedio, ni siquiera
tenía ningún calzado que le sirviera, tendría que ir descalzo, fue
a un cajón y sacó unos calcetines de lana para que al menos no
sufrieran tanto sus pies, le calentó un vaso de leche con galletas,
él, tomó otro; le llevaría a la comisaría por si sabían si
algún niño había desaparecido, si alguien le había reclamado, o
si llegó en alguna patera la mañana, o la tarde anterior.
La
comisaría no estaba lejos, conocía a algunos agentes de verlos por
la zona, pero no sabía sus nombres.
Cuando
le vieron llegar llevando de la mano a aquel niño, le miraron con
recelo, el se percató de sus miradas, y no dijo nada, sentó al
niño en una de las sillas, y tendió la mano al que estaba frente a
la mesa, se presentó: - me llamo Carlos, vivo y trabajo aquí en
Málaga, ayer cuando salí de trabajar paseaba por la playa camino
de mi casa y encontré a este niño; estaba solo y parecía
despistado, el pobre niño estaba en unas condiciones lamentables y
muerto de hambre, le subí a casa y le dí de cenar, se quedó
profundamente dormido, me dio pena despertarlo y pensé, sería
mejor traerle por la mañana. -
¿Cómo
ha dicho qué se llama?: - Carlos, - Carlos ¿y qué más?, - Carlos
Más Martínez, - su documento de identidad; Carlos se lo entregó. Y
el niño, ¿cómo se llama?, - no lo sé agente, no me lo quiere
decir, - ¿no sabe quién es, ni de dónde viene?, dijo el agente, -
no señor, se cierra en banda, a todo me contesta que no sabe. -
- Ha
cometido una falta muy grave, debería haberlo traído anoche, pueden culparle de un delito, el de secuestro. - Carlos se puso
libido; ¿de secuestro?, ¿pero, por qué?, si le he traído y les
estoy contando lo que pasó. - ¿Y cómo sabemos qué dice la verdad?,
- pregunten al niño, les dirá lo mismo, - claro, por miedo. -
Por miedo ¿a qué?, le asee, le dí de cenar, se durmió, ya se lo
he contado, pregúntele por favor; mire agente no puedo entretenerme
más tengo que ir a trabajar se me está haciendo tarde, me
despedirán, si quiere, cuando salga del trabajo me paso por aquí y me sigue
preguntando. - ¿Y qué hacemos con el niño?, dijo el agente. -
Carlos empezaba a perder la paciencia y contestó de mala manera, ¿y
yo qué sé?, usted es la policía, son ustedes los que tienen que
hacerse cargo de él, yo no tengo nada que ver. -
- Cuidado
con sus palabras, contestó el policía. - Perdone, estoy
nervioso, me van a despedir por llegar tarde. - Nosotros no podemos
hacernos cargo del niño, vaya a los Servicios Sociales, ellos le
dirán qué hacer. - ¿Pero bueno, entonces, para qué están
ustedes?. - No es nuestro cometido, no hay ninguna denuncia por
desaparición de ningún niño y no podemos actuar.
Carlos
cogió al niño de la mano y salió como alma que lleva el diablo;
¿será posible qué esto me esté pasando a mí?, en qué hora volví
sobre mis pasos, es más, en qué hora fui por la playa esa noche; el
niño corría más que andaba, le llevaba a toda velocidad; iría al
trabajo, le explicaría a su jefe lo que pasaba y quizá le diera
permiso para llevarle a los Servicios Sociales y así
terminaría esa pesadilla. Ojalá su jefe estuviera de buen humor,
con los problemas conyugales que últimamente tenía con su mujer
por haberla puestos los cuernos con una de las camareras..., no había
quién le aguantara.
Llegó
al chiringuito casi veinte minutos pasado su horario; cuando vio la
cara de su jefe Raúl, se echó a temblar; - ¿sabes qué hora es?, -
perdone jefe, lo siento, déjeme explicarle, - no hay nada que
explicar, no me importan tus explicaciones, ya sabias a lo que te
exponías, lo sabéis todos, (subió la voz para que todos le
oyeran), estás despedido, y, ¿qué haces con ese extraño niño?; -
eso es lo que quiero explicarle jefe, por favor escúcheme, y verá
como no tengo culpa de llegar tarde, si no las circunstancias; -
pamplinas, - Raúl déjeme contarle; me ha preguntado por el niño y
le diré, como me lo encontré anoche dormido en un banco, me dio
pena y me acerque, ya ve como está, con un bañador, una camiseta y
descalzo, le he puesto unos calcetines para protegerle los pies, lo
llevé a casa, le dí de comer, el niño estaba hambriento, el pobre
se durmió y no quise despertarle.
Esta
mañana muy temprano he ido a comisaría para que se hicieran cargo
de él y por si sabían si había desaparecido algún niño, y no
solo me dicen que no se hacen cargo, sino que casi me acusan de
secuestro; después de muchas preguntas, me mandan a los Servicios
Sociales, pero, antes he pasado por aquí para que lo supiera y
pedirle me deje llevarle, puede que sus padres estén muy
preocupados y hay que entregarle cuanto antes para que les busquen,
compréndalo jefe, sabe que yo nunca llego tarde. Toda la
gente que estaba desayunando prestaba atención a lo que se hablaba,
las dos camareras Marta y María se acercaron al niño y le
preguntaron: - ¿tienes hambre?, - el niño dijo que no con la cabeza,
- Marta le tocó el pelo, que rizos tan lindos, - él bajó la mirada, - ¿cómo te llamas?, - pero no contesto, - ¿no puedes
hablar?,( todos pendientes del niño); tímidamente contestó, si, -
bueno, pues dinos tu nombre, - no lo sé, - María le dijo: - ¿no sabes
tu nombre, qué raro?; - el jefe de Carlos, también prestaba
atención, su curiosidad aumentaba, ¿y dices?: - refiriéndose a
Carlos, que lo encontraste en la playa, ¿y no sabes de dónde es?. - Es un misterio, por eso me causa más pena; quizá su viaje por el
mar en alguna patera ha sido tan terrible que su pequeño cerebro se
niega a recordar, por ese motivo le quiero llevar cuanto antes a los
Servicios Sociales para que le vea un médico, o un psicólogo y le
ayuden a recordar.
Raúl,
te pido que no me despidas, he querido hacer una buena obra, me he
expuesto a que mi casera me eche de la habitación y ahora, ¿tu me
despides?. -
De
acuerdo Carlos te daré otra oportunidad, la verdad: a mí
también me llega al corazón lo que ha podido pasar este niño,
pero, ahora ya sabes que es cuando más trabajo tenemos, así qué,
vamos a hacer una cosa, cuando baje, hasta la comida, puedes
llevar al niño a los Servicios Sociales, mientras tanto, que se
quede aquí, voy arriba a ver si encuentro ropa y zapatillas de
alguno de mis hijos. - Gracias Raúl, - anda, ponte a trabajar; todos
los que habían oído sus palabras, se pusieron a aplaudir, él hizo
un gesto con la mano quitandole importancia.
A los
pocos minutos bajó con unos pantalones, unas camisetas y unas
playeras; - María pasa al baño y pruébale a ver si le vale. -
Todos,
naturalmente, pendientes de lo que pasaba; cuando salió, parecía
otro, los pantalones le quedaban un poco cortos, pero por lo demás
la camiseta y las playeras le valían; María le había lavado la
cara y le había peinado. Marta se acercó, le plantó un beso en la mejilla y le dijo: qué guapo estás y volvió a preguntarle, ¿cómo te llamas?, - el niño
sonrió pero, no contestó.
El dueño del chiringuito, le sentó en una silla, le acercó a la mesa y le llevó un trozo de tortilla recién hecha, un buen trozo de pan y una naranjada; el niño le miró, con aquellos ojos extraños, que no se parecían a ningunos otros del mundo, y le dijo con una sonrisa, gracias; - Raúl se derritió y tuvo que darle la espalda estaba realmente emocionado.
El dueño del chiringuito, le sentó en una silla, le acercó a la mesa y le llevó un trozo de tortilla recién hecha, un buen trozo de pan y una naranjada; el niño le miró, con aquellos ojos extraños, que no se parecían a ningunos otros del mundo, y le dijo con una sonrisa, gracias; - Raúl se derritió y tuvo que darle la espalda estaba realmente emocionado.
La
gente sentía curiosidad por la historia de aquel niño y no se
marchaban, incluso pidieron más consumiciones; Carlos se acercó a
Raúl y riéndose le dijo: - ¿nos lo quedamos?, creo que aumentaría
la clientela; miró a su jefe de reojo y vio que él, también
sonreía.
Cuando
había bajado un poco el trabajo, antes de la hora de las comidas,
Carlos cogió al niño de la mano para llevarlo a los Servicios
Sociales.
Marta,
María y otras mujeres que habían oído la historia, se levantaron y
se despidieron con un par de besos en ambas mejillas; el niño les dijo adiós con la
mano y una de sus sonrisas.
- De
verdad ¿no recuerdas cómo te llamas?, no sé cómo dirigirme a ti. Y le explicó:
verás, vamos a un sitio donde te van a ayudar y quizá nos puedan
decir cómo te llamas y de dónde vienes o quienes son tus padres, me
alegraría mucho que así fuera, lo debes estar pasando muy mal
por estar con personas extrañas a los que no conoces, a mí no me
conoces y a lo mejor te doy miedo; - no, si te conozco, te llamas Carlos,
me llevaste a tu casa, y ahora también conozco a Raúl, a María y a
Marta, sois mis amigos.
Carlos,
quedó asombrado con esta respuesta, era un niño muy despierto,
incluso pensaba, muy inteligente, la forma de mirar de esos ojos tan
expresivos se lo demostraba, algo en su interior le decía, qué en
aquel niño, había algo misterioso que no llegaba a comprender, y al
mismo tiempo, le inquietaba.
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Llegaron
al ayuntamiento; en uno de los despachos estaban ubicados los
Servicios Sociales, tuvieron que esperar en una sala y coger número
para que les atendieran, no había demasiada gente, pero tenían que
guardar el orden, suponía que la espera no sería muy larga, Raúl
había sido con él muy compresivo y no quería abusar; le había sobrecogido la historia del niño abandonado en la playa como a todo el que la oyó, una crueldad excesiva de alguién sin corazón ni empatía.
Por fin
les llegó el turno; al otro lado de la mesa, una mujer de unos
cuarenta años, les mandó sentar.
Carlos, la tendió la mano en señal de saludo a lo que ella correspondió; empezó su relato de como encontró al niño, el por qué se lo llevó a casa y como al día siguiente, se personó con él en comisaría y como le trataron de secuestrador y delincuente, cuando él, lo único qué hizo, fue apiadarse del niño al ver en el lamentable estado en que se encontraba.
Carlos, la tendió la mano en señal de saludo a lo que ella correspondió; empezó su relato de como encontró al niño, el por qué se lo llevó a casa y como al día siguiente, se personó con él en comisaría y como le trataron de secuestrador y delincuente, cuando él, lo único qué hizo, fue apiadarse del niño al ver en el lamentable estado en que se encontraba.
La
psicóloga, le escuchó sin interrumpirle mirando fijamente al niño
y a su acompañante; cuando Carlos terminó, esperó una respuesta. -
Me llamo Leyla, me encargo de casos qué a priori parecen complicados
y este lo parece; la policía nos informó de su visita y su
explicación concuerda con la que me han transmitido; lo raro del
caso es, que han pedido a las policías de otros países si había
denuncias de la desaparición reciente de un niño de corta edad, y lo
han negado, pero, nunca se sabe, la emigración de los países en
guerra, está dificultando el control de las fronteras y el
contrabando de seres humanos y sobre todo el de niños es muy
frecuente por desgracia, agravado aún más en este caso, si el niño
en cuestión, no se acuerda de su nombre, de quiénes son sus padres,
ni de dónde viene; tendremos que investigar y con los pocos datos que
tenemos… a ver si hay suerte; lo primero que haremos es hacer unas
fotografías para mandarlas a los servicios secretos por sí en los
archivos le encontraran y un reconocimiento médico, para descartar
enfermedades. -
- Perdón,
¿Leyla?. Ella asintió con la cabeza. - ¿Qué va a pasar con el
niño?, yo no puedo hacerme cargo de él, ahora mismo estoy
perdiendo de mi trabajo; ¿quién se hace cargo, los Servicios
Sociales?, no sé cómo funciona esto. -
- Sí, no
se preocupe, nosotros nos hacemos cargo del pequeño, tenemos
familias de acogida que estarán encantadas de quedarse con él,
hasta que localicemos a su familia. -
- Entonces,
¿se queda con usted?, ¿ya no me preocupo?, - sí, yo me
responsabilizo, puede usted marcharse, pero, tengo que tomar sus datos
y su móvil por si surge algo; - naturalmente, por supuesto, iba a
preguntarle si me informarán de lo qué averigüen; ¿puede darme el
número de su móvil?, ¿la molestará qué la llame?, le he tomado
cariño sabe, es un niño muy inteligente y muy bueno. - No se
preocupe, llámeme cuando quiera, de todas formas le tendremos
informado. -
A
Carlos se le había quitado un peso de encima, pero no pudo por menos
que mirar al niño y lo que vio en sus ojos le dejó destrozado, ¿qué podía hacer?; se acerco y el nudo que tenía en la
garganta le impidió hablar; le alboroto el pelo con cariño y dando
nuevamente las gracias a Leyla, salió por la puerta. -
Lo más
deprisa que le daban sus piernas y con un gran cargo de conciencia,
como si también él le abandonara, marchó del lugar, camino de su
trabajo.
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